Por Carlos
Semorile
Dentro
de algunas horas, todo Huaco volverá a reunirse en torno al algarrobo bajo el
que descansan los restos de Buenaventura Luna. Allí estarán las niñas y los
niños, las viejas y los muchachos del pueblo, las “paisanas” con sus galas, los
estudiantes, sus maestras y maestros, los cantores, los recitadores, las
autoridades y, singularmente, los gauchos. Entre todos, recordarán -a la usanza
simple de nuestra gente- a quien para ellos es, simplemente, “El Poeta”. Seguramente,
luego se dirigirán al Viejo Molino, y allí continuarán el homenaje a Eusebio
Dojorti, fallecido en Buenos Aires el 29 de julio de 1955.
No
faltará quien rememore el “Canto Final”, unos bellos versos sobre el misterio
del viaje hacia la muerte escritos hacia 1949, es decir mucho antes de que la
enfermedad le anunciara a Dojorti el final cierto de sus días. Recién más
adelante comenzaría su período de operaciones, deterioro y fatigas. Por esos
años, mantiene una conmovedora correspondencia con su madre, doña Urbelina
Roco, recibe la visita de Hugo del Carril durante una de sus internaciones, y
es amorosamente asistido por Olga Maestre, su compañera y madre de siete de sus
hijos. Sabe que el cáncer de laringe avanza y que el tiempo se le agota: una de
estas hijas, Beatriz Maestre, tiene la imagen de su padre intentando silbar una
melodía para dotar de música al Canto
Final. O Asentimiento, como
también lo llamó en algún momento.
En
el plano personal, todo parece indicar que tuvo, respecto de la muerte, esa
actitud de “asentimiento” de la que habla su poema. Pero en el área social, supo
que toda una época estaba en peligro y, en ese plano, no pregonaba precisamente
la resignación. Habían ocurrido los salvajes bombardeos sobre
Canto Final
Si en la hora final yo me consumo
sabiendo como sé que nada alcanza
para colmar en vida la esperanza,
que todo lo que vi tan sólo es humo.
Si fue vano el gemir en la querella,
la risa inútil, el desvelo largo,
no es tan triste el morir, no tan amargo
el tránsito supremo hacia la estrella.
Si la rosa de aquella primavera,
yace en el fango, en fango convertida
y en los aires se fue desvanecida
en aire y luz el ave prisionera.
Aunque el dolor me anegue
no he de estallar en llanto.
Cuando la muerte llegue
le entregaré este canto.
Carlos , la descripción que hacés del homenaje del pueblo, la caminata hacia el algarrobo, las personas que seguramente recitarán sus versos o canten sus temas, me llevan inmediatamente a recordar elespecial que transmitió el canal Encuentro, en el programa del Chango Spasiuk!!!
ResponderEliminarAhí pude comprobar lo arraigado que está en la gente del interior, el sentir popular folklórico y el recuerdo constante a sus ejemplos de antaño...
Gente tan distinta a nosotros que vivimos en la Capital y miramos siempre más ¨para afuera¨ que hacia el ¨interior¨..
Un abrazo, Guss.
29 de julio de 2010 08:38