El Pensamiento de Buenaventura Luna
miércoles, 24 de diciembre de 2014
Cuento de Navidad
(Imagen rescatada por Rodolfo Ferrer)
Cuento de Navidad
Canción: letra de
Buenaventura Luna y música de Eduardo Falú
Sus largas orejas
el asno paró:
“¿Adónde ha nacido?”,
el buey preguntó.
Muy quedo, la oveja
balaba: “en Belén”.
Los Reyes dijeron:
“Será para bien”.
Calentaron con su
aliento
al recién nacido Rey,
los corderos y el
jumento,
lo mismo que el manso
buey.
Y a este cuento que
yo digo,
siendo chango lo
contó
El Tatita, que es mi
amigo.
Por eso yo creo en
Dios.
II
A la medianoche
el gallo cantó.
Los hombres le oyeron:
“¡Ya Cristo nació!”
La estrella nos
guiaba
con rumbo a Belén
y todas la cosas
dijeron: “¡Amén!”
Calentaron con su
aliento
al recién nacido Rey,
los corderos y el
jumento,
lo mismo que el manso
buey.
Y a este cuento que
yo digo,
siendo chango, lo
contó
El Tatita, que es mi
amigo.
Por eso yo creo en
Dios.
lunes, 22 de diciembre de 2014
martes, 25 de noviembre de 2014
lunes, 10 de noviembre de 2014
Palabras de Buenaventura Luna sobre Martín Fierro y la Justicia Social (1952)
Entiéndase
bien que Martín Fierro es un símbolo; símbolo de un campesino gaucho que tuvo
en su pago en un tiempo, hijos, hacienda y mujer, “pero empecé a padecer, me
echaron a la frontera, y qué iba a hallar al volver, tan sólo hallé la tapera”.
Él, el gaucho, había ido a servir a
Después,
tiempo más tarde, le quebró la rienda al caballo para embarrarlo en la batalla
contra el indio ranquel que amenazaba los inmensos pastoreos de los estancieros
cuasi gringos de Buenos Aires. Ése fue su delito, el único delito decisivo de
su drama, entre otras cosas, porque esta vez ya no iba a pelear bajo el mando
de aquellos que, equivocados o no y por sobre toda divergencia circunstancial,
perdurarán siempre en la emoción de argentinos y chilenos como representativos
ardientes de
Y a los cuales sólo podemos -y sólo debemos- contemplar ahora desde el punto de vista dichoso y feliz de las conciliaciones nacionales e internacionales ya logradas en nuestras tierras precisamente por éso: porque casi todos, o todos ellos, tuvieron que pedir prestada una camisa, que vale casi tanto como decir la túnica dos veces milenaria del redentor Galileo, para dar gracias por su victoria contra los enemigos de su vocación más alta: la de
martes, 29 de julio de 2014
Buscando vivir sin saña, por Buenaventura Luna
Hoy 29 de
julio, en un nuevo aniversario del fallecimiento de Eusebio Dojorti,
compartimos estos sentidos versos suyos que encontramos en el libreto correspondiente
al martes 4 de agosto de 1953 de su audición “Al paso que van los años”. (Y los
acompañamos con una bellísima imagen lograda por el fotógrafo jachallero
Roberto Ruiz).
Buscando vivir sin saña
Por Buenaventura Luna
Buscando vivir sin saña,
vine a hallar la soledad
en la nativa heredad
inmensa de la montaña.
Aquí, mejor me acompaña
con un canto de cencerros,
el ladrido de los perros
que me siguen, escoteros,
cuando voy por los senderos
de los altísimos cerros.
Aquí me saben mejor
y hasta me tornan más güeno
el patay y el pan moreno
en el rancho de un pastor.
Aquí no arraiga el dolor
ni duran las pesadumbres,
porque hicieron sus costumbres
estas gentes, de muy cuanta,
viéndolo a Dios en la santa
luz serena de las cumbres.
Aquí dice en jachallero
verdad clarita mi trova:
libre me hace la algarroba,
libre la miel del huanquero.
Apacible el tonalero
rezongo de una bordona,
dichoso la inocentona
chinita que me embeleca
cuando, alegre, baila cueca
con aires de redomona.
La añapa recién colada,
la sandia recién partida.
Hacer, en fin, de la vida
una cosa enamorada:
hacer con cada alborada,
crecer en luz y alegría
hacia el pleno mediodía,
y asombrarme ante el alarde
del sol, que incendia la tarde
de occidental lejanía.
Tomar la aloja recién
asentada en las tinajas;
cortar del jamón las rajas,
convidar sin ver a quién.
Tener lo poco por güen
alimento de lo humano;
vivir sosegado y sano,
ninguna envidia sufrir
y, sobre todo morir,
como he nacido: cristiano.
Y cuando quede dormido
en la nieve de mis cerros,
que pase con los cencerros
la luz de un canto perdido.
Que un rezo grave, dolido
de siglos recen por mí
las pobres gentes de aquí;
que un cardón deshoje flores
y un indio medite amores
del Huaco donde nací.
Que alguna vez los puesteros
del valle, rodeando el fuego,
me nombren en el sosiego
musical de sus aperos.
Que me invoquen los arrieros
tropiando en noche cerrada;
que alguien alce una tonada,
una copla a
mi memoria,
y después, que de esta historia
no vuelva a saberse nada.
miércoles, 16 de julio de 2014
miércoles, 9 de julio de 2014
martes, 27 de mayo de 2014
viernes, 9 de mayo de 2014
martes, 29 de abril de 2014
Tener referentes
Por Carlos
Semorile
Confieso
que cuando se inauguró la escultura de Buenaventura Luna en el Molino de Huaco
tuve sensaciones encontradas. Por un lado, quedé admirado por la maestría del
artista plástico Fernando Pugliese, pues el parecido con la figura evocada es
tan alto que resulta difícil sustraerse a su influjo. Dicho menos
rebuscadamente: es una escultura realmente muy bonita. Pero, al mismo tiempo,
quedé contrariado. El Buenaventura del Molino empuña una guitarra, y hubiese
preferido que se lo retratase escribiendo: en el primer caso, la imagen remite
a un cantor y/o a un guitarrero, y él no fue ni lo uno ni lo otro; en la
segunda posibilidad, se rescataba su faceta mayor, la de escritor y poeta, a la
par que se reafirmaba en la materia su credo en “la superioridad de la
palabra”. Tratando de encontrarle la vuelta al equívoco que puede provocar el
Luna abrazado a la guitarra, pensé que acaso sirviera para que se le prestase
atención a su vasta producción musical, muchas veces relegada tras la belleza
de sus poesías. Pero, como digo, era una solución de compromiso entre el deseo
y la realidad, entre la figura imaginada y la obra concluida.
Pasaron
los meses y en la red vi pasar muchas fotos de quienes elegían retratarse con
“Don Buena”, imágenes de turistas, de admiradores y aún de “fanas” del
huaqueño. No puedo decir nada de ellas, tan parecidas a cualquier otro hito en
la vida fotografiable de los viajeros. Hasta que ayer apareció una imagen
distinta, una foto que me conmovió y que es el motivo de estas líneas. En ella
hay dos changuitos, uno más grande que, obediente, mira muy serio a la cámara,
y otro más pequeño que observa a Buenaventura con el intacto asombro de sus
años de niño chiquito. También se deja ver una joven, acaso la madre o una tía,
o una hermana mayor que hace todo lo posible por acomodar a los pequeños, pero
la pureza de la foto está más allá de sus afanes: está en los ojos de ese
inocente que parece esperar que ese hombre que está al lado suyo comience a
cantar en cualquier momento. No lo va a hacer, claro, pero él está ahí, en el
instante en que el canto es posible y, al mismo tiempo, es posible escuchar una
voz que exprese, “entre bandas inmensurables de silencio, la cultura”.
Lo que quiero decir, bastante más allá de un debate que se generó –y del que participé- en torno al tema de la guitarra (y que se quedó bastante chato entre la voluntad de daño de algunos, y la pura inmediatez y la sola premura de los medios), es que todos somos ese niño y su inocencia. Todos entramos al mundo de nuestros mayores por alguna vía, y a partir de allí hay que comenzar a remontar la cuesta. En este sentido, Buenaventura Luna es un referente al que hay que ir conociendo por capas -el músico, el glosador, el letrista, el poeta, el escritor, el militante, el pensador nacional-, como de seguro harán estos hermosos changos de la foto. Para eso sirven estas esculturas, aún con sus fallos, para dejar una marca en la piedra y permitir que la memoria, los relatos orales, y finalmente los libros hagan su trabajo de develamiento de la figura y aparezca plenamente el pensamiento de un hombre en el devenir del tiempo y al calor de la historia. Y ahí, en ese instante de revelación, volver a pensar todo de nuevo. Como lo hizo el propio Eusebio Dojorti, para alcanzar el conocimiento de que los dueños de
sábado, 26 de abril de 2014
viernes, 28 de marzo de 2014
Testamento
Por Carlos
Semorile
Esta
es una carta que Eusebio Dojorti le escribió al mayor de sus muchachos, José
María “Marucho” Maestre. Pero leyéndola se puede advertir que, más que una
carta, este es el testamento de un padre hacia su hijo. Un testamento ético en
el que se revelan los anhelos más íntimos de un Eusebio todavía joven pero que,
sabiéndose enfermo, le habla a Marucho desde “los umbrales de la vejez”.
Tuve
la fortuna de que Marucho me narrara muchos de sus encuentros con “El Viejo”.
Encuentros y también encontrones, donde los temas de la política argentina e
internacional eran motivo de disputa entre el padre “nacional” y el hijo
marxista, pero donde a la vez dirimían quién era mejor poeta, si Miguel
Hernández –el preferido de José María- o Antonio Machado, el elegido por
Eusebio. Y pasados muchos años, alguna vez lo escuché a Marucho desgranar las
coplas del sevillano (“Murió don Guido, un señor de mozo muy jaranero, muy
galán y algo torero; de viejo gran rezador”), para finalizar diciendo: “El
Viejo tenía razón”.
Poetas
y razones al margen, no puedo olvidar aquí que Olga Maestre se lamentó siempre
de que la temprana partida de Eusebio privara a sus hijos de las posibles
charlas e iluminaciones entre “El Papi” y sus muchachas y muchachos. Esta
carta, este escrito o, si se quiere, este testamento es una prueba irrefutable de
que Olga estaba en lo cierto.
Mi querido “Marucho”:
Tú eres un hijo muy bueno, muy inteligente
y muy capaz. Mereces un hermoso destino; y yo no tengo cosa mejor que desear en
el resto de mi vida.
Mi vida no es un ejemplo de virtudes, pero lo es de
sufrimiento y experiencia. Tengo que
pedirte tres cosas:
Primera de todas: que seas manso y tolerante con tu
pobre madre, que ha sufrido más que tú y que yo.
Segunda: que nunca caigas ni en pensamiento ni en
acto alguno del que tuvieras que avergonzarte ante el mundo. Esto es: en
pensamiento o acto que no pudieras tener públicamente. Tienes que respetarte en
tu soledad. Y así serás fuerte y alcanzarás el triunfo o la gloria que yo
anhelé para mí, y que no pude alcanzar.
Tercero: que sigas estos tres consejos de tu padre.
Y que cuando tengas alguna duda en su interpretación, vengas como ahora –con la
cara inocente y limpia- a consultarlo.
Aparte de esto, nunca te verás en la humillación de
tener que mentir o mostrarte cobarde ante nada.
Tú vez mis vicios: no los contraigas, porque yo me
arrepiento y me avergüenzo de ellos, sin poder dejar de ser su prisionero. Sin
embargo –y ya en los umbrales de la vejez- trataré de libertarme en homenaje a
la amistad que debe ligarnos siempre y al respeto que te debo con mi cariño.
No sigas el mal ejemplo de los muchachos
callejeros, que comienzan por compadrear con el primer cigarrillo. Estudia y sé
activo contra todo: contra el frío y el calor, contra el miedo y el hambre y el
cansancio.
Si sabes escucharme, tú llegarás a ser una cabeza
de las altas que dirigen a los demás. Y yo podré morir dichoso de descansar en
tu hombría, orgulloso de ti y de todos tus hermanos menores. Tu padre