Por Carlos
Semorile
Esta
es una carta que Eusebio Dojorti le escribió al mayor de sus muchachos, José
María “Marucho” Maestre. Pero leyéndola se puede advertir que, más que una
carta, este es el testamento de un padre hacia su hijo. Un testamento ético en
el que se revelan los anhelos más íntimos de un Eusebio todavía joven pero que,
sabiéndose enfermo, le habla a Marucho desde “los umbrales de la vejez”.
Tuve
la fortuna de que Marucho me narrara muchos de sus encuentros con “El Viejo”.
Encuentros y también encontrones, donde los temas de la política argentina e
internacional eran motivo de disputa entre el padre “nacional” y el hijo
marxista, pero donde a la vez dirimían quién era mejor poeta, si Miguel
Hernández –el preferido de José María- o Antonio Machado, el elegido por
Eusebio. Y pasados muchos años, alguna vez lo escuché a Marucho desgranar las
coplas del sevillano (“Murió don Guido, un señor de mozo muy jaranero, muy
galán y algo torero; de viejo gran rezador”), para finalizar diciendo: “El
Viejo tenía razón”.
Poetas
y razones al margen, no puedo olvidar aquí que Olga Maestre se lamentó siempre
de que la temprana partida de Eusebio privara a sus hijos de las posibles
charlas e iluminaciones entre “El Papi” y sus muchachas y muchachos. Esta
carta, este escrito o, si se quiere, este testamento es una prueba irrefutable de
que Olga estaba en lo cierto.
Mi querido “Marucho”:
Tú eres un hijo muy bueno, muy inteligente
y muy capaz. Mereces un hermoso destino; y yo no tengo cosa mejor que desear en
el resto de mi vida.
Mi vida no es un ejemplo de virtudes, pero lo es de
sufrimiento y experiencia. Tengo que
pedirte tres cosas:
Primera de todas: que seas manso y tolerante con tu
pobre madre, que ha sufrido más que tú y que yo.
Segunda: que nunca caigas ni en pensamiento ni en
acto alguno del que tuvieras que avergonzarte ante el mundo. Esto es: en
pensamiento o acto que no pudieras tener públicamente. Tienes que respetarte en
tu soledad. Y así serás fuerte y alcanzarás el triunfo o la gloria que yo
anhelé para mí, y que no pude alcanzar.
Tercero: que sigas estos tres consejos de tu padre.
Y que cuando tengas alguna duda en su interpretación, vengas como ahora –con la
cara inocente y limpia- a consultarlo.
Aparte de esto, nunca te verás en la humillación de
tener que mentir o mostrarte cobarde ante nada.
Tú vez mis vicios: no los contraigas, porque yo me
arrepiento y me avergüenzo de ellos, sin poder dejar de ser su prisionero. Sin
embargo –y ya en los umbrales de la vejez- trataré de libertarme en homenaje a
la amistad que debe ligarnos siempre y al respeto que te debo con mi cariño.
No sigas el mal ejemplo de los muchachos
callejeros, que comienzan por compadrear con el primer cigarrillo. Estudia y sé
activo contra todo: contra el frío y el calor, contra el miedo y el hambre y el
cansancio.
Si sabes escucharme, tú llegarás a ser una cabeza
de las altas que dirigen a los demás. Y yo podré morir dichoso de descansar en
tu hombría, orgulloso de ti y de todos tus hermanos menores. Tu padre
No hay comentarios:
Publicar un comentario