Así reflexiona uno de los personajes de “Metabolismos”, el libro de cuentos de Hugo Fernández Panconi, y aquí lo tomamos como síntesis de su capacidad para hacernos partícipes de ese vaivén entre el milagro de vivir y el misterio que nos espera al final del viaje. No es la metafísica el asunto de estos relatos, aunque por allí se cuele un sueño donde Dios intenta suicidarse: es, más bien, la muy terrena experiencia de quien aprendió a caminar “con el horizonte como guía y destino”.
Alguien que fue y vino muchas veces en “su eterno retorno interior”, y en ese trajinar alcanzó una mirada que es capaz de evocar las virtudes y los defectos de sus paisanos de Villa Atuel -y de otros que se cruzó en distintas latitudes-, sin ensalzarlos ni condenarlos. No desconoce que “el dolor se reparte ágil, con su especial capacidad de ahondar el daño”, pero sabe que debemos ganarnos el tiempo que nos toca y comprender que “la tristeza y el dolor producen a veces efectos tan bellos”.
Hay historias duras sobre quienes han recibido demasiados repasos sobre el lomo acerca de haber nacido para “recibir y aguantarse”, pero también está presente “esa astuta estrategia de la paciencia ‘esperante’” que enseña que no hay derrotas definitivas y que la solidaridad corrige lo que el egoísmo desbarata. Porque la “gente de plata” es “gente como cualquiera”, y ni siquiera ellos pueden evitar que uno escuche el “mejor latin jazz-rock fusión de la tierra de don Félix Dardo Palorma”.
Son las bendiciones de una tierra que sigue ejerciendo el influjo de un pasado que brindó felicidad a raudales –“El pueblo y todo alrededor, era como un patio de juegos para los pibes”-, y que hoy se debate entre un presente sin perspectivas y una nostalgia bien anclada en “la diferencia” entre el progreso aparente y lo que no debiera perderse. Y aquí es donde Panconi percibió que “Los sonidos, sin alcanzar a ser un discurso musical, se suceden como el agua que busca su cauce”.
Si se escucha de esta manera es porque la mirada ha conquistado una meditada piedad que aquí se nos ofrece aún bajo los relatos más extremos, y por eso como lectores sentimos que también nosotros somos los que hacemos el pan y, cuando lo sacamos del horno, un “sentir pleno” nos abraza. Porque Panconi tiene, como pedía Favio, la estética a la derecha y la gente a la izquierda, entibiando los corazones.