Mi sombra
Por Eusebio
Dojorti
Debo venir de una sombra,
porque aunque quise ser claro,
ya soy oscuro brillante,
como un caballo que muda,
después del invierno el pelo.
Debo venir de una sombra
y de un misterio a llorar.
Un tiempo me di a pensar
que ascendía hacia la luz,
y cuando quise acordar,
ya no me pudo librar
de aquel afán de soñar
bajo el yugo, mi testuz.
Acaso tuve sospechas
de lo heroico y de lo santo.
“Bueno es ser bueno” -me dije-
y es tanto lo que por eso he sufrido,
que ya no me asombra el llanto,
ni la risa ni el olvido.
Desde que tengo conciencia,
me va siguiendo una sombra.
Quise huir
desde esa sombra a la luz;
y otra vez volví a sufrir
acaso por no reír
en lo negro de mi cruz.
Monté un caballo al alba,
busqué otro amor de mujer;
y nunca pude entender,
ni en el borde del abismo,
de aquella sombra el poder:
era yo mismo, yo mismo.
¡Qué mares no habré surcado,
qué vidas no vi nacer!
¡Qué plantas no holló mi planta,
que ríos no vi correr!
¡Qué lunas no vi pasar,
qué vuelos no vi morir;
qué sol ni viento al nadir,
qué estrellas no vi llorar!
Sonrían adolescencias
ignorantes del futuro:
ya sé la peor de las ciencias:
la de ser triste y oscuro!
Quise huir por andar lejos,
desprenderme de mi sombra.
Me disparé a las llanuras,
me refugié en las montañas,
mas siempre siguió la sombra
aliada a mí pero extraña.
Me he cansado en pleno día,
cansé todos mis caballos.
Lejos, revientan los gallos
su elemental armonía.
Vamos llegando, caballo,
-viniendo desde tan lejos-;
ya vuelve a cantar el gallo,
ya somos mansos y viejos.
Ya no tengo aquí a mi madre
ni recuerdo de mujer
por quien sufrir en el tiempo,
no tengo por quién volver.
Ya es de noche, ya no andamos
galope en fuego divino;
y de vieja aquella sombra
quedó muerta en el camino.
Sombrita que me has seguido
a lo largo del destino,
tú no eres más que el olvido,