El Pensamiento de Buenaventura Luna
domingo, 22 de diciembre de 2013
Ofertorios de los Pobres, por Buenaventura Luna
viernes, 15 de noviembre de 2013
miércoles, 16 de octubre de 2013
¿Nada más que “un pelín extraviados”?
Por
Carlos Semorile
El pasado sábado 12 de octubre, se desarrolló la mesa
debate “El nuevo cancionero, historia y vigencia -Su influencia en los músicos
argentinos y latinoamericanos-”, en el marco del 9º Encuentro de Músicas de
Provincias que se desarrolla en el Espacio Cultural Nuestros Hijos. Un público
entusiasta colmó la sala para escuchar las reflexiones de Teresa Parodi,
Gloriana Tejada, Fabián Matus y Patricio Féminis. El debate estuvo moderado por
Pedro Patzer, quien rescató el gesto jauretcheano del Manifiesto del Nuevo Cancionero de dar vuelta el mapa, poniendo
al Sur
como Norte para mirar el mundo desde acá. Ello no fue casualidad. Gloriana
Tejada señaló que el Manifiesto fue
algo muy trabajado, muy madurado. Remarcó, además, un hecho trascendente: en
muchos países de la región se venían gestando movimientos de la nueva canción,
pero sin alcanzar una elaboración acabada, y fue el Manifiesto el que puso en palabras esa necesidad de los jóvenes de
aquellos años. Más importante aún: no sólo los identificó alrededor de una
proclama –por decirlo de algún modo-, sino que los interpeló como un colectivo.
Fabián Matus recogió esta idea, y llamó a los
músicos presentes a ser “movimientistas”. Bajando estatuas de sus pedestales
inmovilizantes, Matus pidió que se pensara que los firmantes del Manifiesto son nuestros contemporáneos y
que, si no fuera porque la pésima alimentación y mala salud se los llevó antes
de tiempo, “perfectamente podrían estar sentados entre nosotros”. “No son
próceres –dijo- sino gente común que un día decidieron llevar a cabo su
proyecto”. También Teresa Parodi instó a “arremangarse y laburar”, aprovechando
las nuevas conquistas como el Instituto Nacional de
En la misma línea se manifestó Patricio Féminis,
quien sostuvo que el Nuevo Cancionero está naciendo permanentemente porque
vuelve a surgir con cada nuevo intérprete que hace su aporte. Pero también
alertó sobre la necesidad de que sea de conocimiento masivo, y con raigambre
popular, para no quedar reducido a una élite de entendidos. Matus coincidió con
esta idea de que el Nuevo Cancionero se hace día a día pero, sin medias tintas,
dijo que “andamos un pelín extraviados” en lo que a poética se refiere. Y le
apuntó a la autorreferencialidad, porque hay un regodeo en las cuitas
singulares, y se ha dejado de hablar de lo que nos pasa como comunidad.
Una patria más suave y dulce
Por Carlos
Semorile
Cada
mañana, al filo de las once y cinco, sopla una brisa distinta en el aire de la
amplitud modulada de Radio Nacional. Se trata del espacio que Adalberto Flores ha
conquistado a fuerza de tangos, milongas, valsecitos y también algunos ritmos
criollos de nuestro folklore. Pero esta es sólo una parte del cuento, pues don
Adalberto se ha metido en el corazón de los oyentes, quienes esperamos sus
palabras tanto como sus discos. Suele llegar al estudio fatigado y mal comido,
pero aún así afloran sus formidables reservas de ternura cada vez que presenta
un tema. La voz se le enciende mientras instruye al público sobre un tanguito
olvidado y sus “circunstancias”: la orquesta y el cantor, el año en que fue
grabado, los nombres del autor y el compositor, alguna anécdota de su rica
historia, etcétera. Cuando la presentación concluye, adviene un instante
conmovedor cuando Adalberto se esfuerza por indicarle la “entrada” al joven
operador, y pega el grito: “Dale, pibe!!!”
Mientras
la canción gira, los radioescuchas comienzan a dejarle al amigo Flores mensajes
de gratitud junto con urgidos pedidos de que pase tal o cual tema de su
preferencia. Y de ser posible -agregan- que sea la versión de fulanito o
menganita. Es notable: para que todos estos reclamos pudiesen ser atendidos,
sería necesario ocupar varias horas de programación. Sin embargo, al regresar
de la música, el viejo Adalberto se dedica a rescatar alguna frase del tema
escuchado y a reflexionar en torno a ella. Los asuntos de su discurso
apasionado son universales (el amor, el desamor, la muerte, el coraje, la
pasión), pero su tono emotivo es eminentemente argentino. Acaso suene
candoroso, pero Adalberto Flores se parece a la música que elige y representa,
y su filosofía de barrio nos acerca siempre a la orilla más amorosa de la vida:
la que propone la caricia a tiempo, el abrazo hermano y la palabra justa como
un modo sencillo de la dicha.
El
fenómeno de Adalberto me ha hecho pensar, más de una vez, en una crónica que
Juan Agustín García escribió en los tiempos en que la música criolla -sin
discriminar- se daba cita en los centros tradicionalistas de inicios del Siglo
XX: “He recorrido con bondad y paciencia lo que se siente en esos centros populares.
El espectáculo es interesante. Se encuentran emociones muy intensas y bien
traducidas en un verso armonioso, español, pero muy argentino: con mucho sabor
local (…) La guitarra es, en todos estos cantos, el símbolo de la patria; de
una patria más suave y dulce, que no viene rodeada de banderas y músicas de
clarines”. La figura que logra el autor de
jueves, 10 de octubre de 2013
lunes, 23 de septiembre de 2013
martes, 20 de agosto de 2013
“Y te pedí un amor de luna llena...”
Por Carlos
Semorile
Esta
podría ser, acaso, una breve historia sobre el vals “Puentecito de mi río”,
sobre los tiernos motivos que Buenaventura Luna tuvo para componerlo y,
también, sobre un precario puente que pasaba por
Fue un
instante fugaz en el vacío;
fingió un
gesto de amor tu faz morena,
yo te conté
mi pena de amor junto al río
y te pedí un
amor de luna llena.
“Alguien
recuerda que tuvo una novia. Ella vivía algo lejos. Cuando de noche se desvelaba
pensando, montando su caballo galopaba cruzando el ‘Puentecito’, para ir a
cantarle una tonada en las sombras de la noche y volverse sin verla. Pero la
perdió”.[1]
Yo te
conté mis penas junto al río
era un gesto
de amor tu faz morena…
“Se
la quitó un amigo rico. Tenía 14 años. Escribió una carta a ese amigo,
hablándole del concepto de la amistad que él tenía. ‘El mejor blasón de un
hombre -decía- es ser buen amigo’. ‘Hizo bien en elegirte a ti. Tú eres rico,
culto. Yo solamente, como dice ella, una inteligencia campesina, una
inteligencia perdida, una inteligencia destruida’. Entonces, abandonó Huaco”.[2] No sin
antes escribir “unas décimas adolescentes a un amor frustrado”.[3]
Me diste
lo que me diste…
y si eso es
todo cuanto pudiste,
ya no he de
ponerme triste
porque no
existe lo que mentiste.
Puentecito de mi río
Puentecito del río que pasa
hacia el valle de fresco verdor,
cuántas veces al ir a su casa
a besar de sus labios la flor,
como el río que corre cantando
tú escuchaste mi canto de amor.
Viejo puente de piedra entre
las flores
de mis selvas y sierras del
Chañar,
ya no estás como entonces sobre
el río
que mil noches platearon las
lunas al pasar.
Roto el puente ya no podré
llegar
con mi verso, mi copla y mi
canción,
hasta el rancho en que vive la
más bella,
la dulce paisanita que adora el
corazón.
En el cauce rezonga bravío
desafiando mi amor y mi fe,
pero yo he de vencer a ese río,
otro puente sobre él tenderé,
y otra noche cantando,
cantando,
paisanita, a tu lao volveré.
(Ilustración: “Gran Puente de
Luna”, del dibujante Cristian Mallea).
martes, 30 de julio de 2013
lunes, 29 de julio de 2013
“En mi corazón un repiquetear por ti…”
Por Carlos
Semorile
En este nuevo aniversario del fallecimiento de
Buenaventura Luna, decidimos reivindicarlo como el auténtico autor y compositor
de la zamba “Pampa del Chañar”, por más que en los registros oficiales figuren
otros nombres. Y, para hacerlo, nada mejor que recurrir a los recuerdos de Blanca
Carrizo, la destinataria de aquellos versos y aquella música que todo Jáchal
reconoce como suyos.
Una
de las cosas más conmovedoras que me sucedieron en esta tarea de recopilar los
trabajos de Buenaventura Luna fue haber conocido a doña Blanca Carrizo. Con
Hebe Almeida de Gargiulo y José Casas hacía tiempo que andábamos con ganas de entrevistar
a la musa inspiradora de la “Pampa del Chañar”, y la ocasión se presentó en
noviembre de 2008, en plena Fiesta de
Los
griegos decían que desde el corazón del mito brotan los discursos de la
historia y la verdad, y nosotros finalmente estábamos sentados alrededor de
Blanca Carrizo, escuchando de su voz la verdad de aquella historia que “conocíamos”
por la zamba que le dedicara Eusebio Dojorti. Su relato fue mesurado, pudoroso,
y al mismo tiempo daba la sensación de que Blanca podía, al fin, contar las
contingencias de un amor que marcó su vida y perduró en su memoria. Esto la
colocaba en cierto estado de zozobra pero, siendo mujer de una fina
inteligencia, se valió de su propia zamba para narrarnos los hechos.
Cuando era muy jovencita, Blanca fue elegida “paisana” (el equivalente a las “reinas” de otras fiestas puebleras), y la singular belleza de esta descendiente de inmigrantes libaneses llamó la atención de Eusebio:
Cuando te conocí
en Pampa del Chañar,
y me revoleó tu pollera azul sentí
en mi corazón un repiquetear por ti.
Pampa de soledad,
eso es mi corazón,
tu madre me vio cuando te besé, velay,
triste me quedé cuando te llevó por áhi.
“Él era un hombre muy bien, que me enamoró. Y yo también me enamoré de él. Él quiso casarse, me mandó los anillos y una cadenita. Entonces se fue a Chile, y me dijo: cuando venga voy a hablar con tus papás”. Pero durante la ausencia de Eusebio, las habladurías del pueblo llegaron a oídos de los padres de Blanca. Ellos hablaron con su hija y le dijeron que Dojorti estaba casado, que tenía hijos y que era demasiado mayor para ella. Cuando Eusebio regresó de Chile, Blanca le preguntó sobre su matrimonio y sus hijos. “Yo quiero que vayas a mi lado, pero no quiero que ignores nada”: era verdad que tenía hijos, pero estaba separado y nunca se había casado. De todos modos, la oposición de los padres de Blanca continuó siendo absoluta, y sólo le permitieron encontrarse con Eusebio para la despedida. Se vieron en una confitería ya desaparecida del centro de Jáchal, y “nos separamos llorando tal como dice la canción”.
Pasado
el tiempo, Blanca Carrizo se casó con don Diógenes Figueroa y juntos tuvieron
cuatro hijas mujeres. Ellas recibieron de manos de su madre los anillos y la
cadenita que le había regalado Eusebio antes de su viaje a Chile. Uno de los
dos anillos se perdió, lo mismo que un cuaderno con poesías que Dojorti le
regalara, y en cuya tapa decía: “Nace una flor al borde de un camino”. Doña
Blanca lamenta la inundación que le arrebató aquel preciado “libro”, pero
atesora el verso con que Eusebio acompañó la entrega de aquellos poemas que se
llevó la crecida:
Tienes los
ojos de mora,
y enamoras
cuando lloras,
enamoras
cuando ríes
esta hermosa
“beide abdíe”.
“Beide abdíe quiere decir Blanca Rosa, porque
yo soy hija de árabes”, nos dice con evidente orgullo. Y cuando ya nos estamos
despidiendo, reaparece el tema de la zamba “Pampa del Chañar” con toda la carga
emotiva que tiene para Blanca Carrizo: “Siempre para esta época de
Ojalá, entonces, que Susana lea estas líneas y pueda acercarse hasta la casa de doña Blanca a cantarle la bella zamba que le dedicó Eusebio Dojorti.
miércoles, 24 de julio de 2013
jueves, 18 de julio de 2013
Las vidas paralelas de Atahualpa y Buenaventura
Por Carlos
Semorile
Como
si un Plutarco criollo hubiese escrito sus intensos destinos, Atahualpa
Yupanqui y Buenaventura Luna llevaron adelante sendas “vidas paralelas". “Mi
padre -escribió Roberto Chavero- era empleado del Ferrocarril. Era la época de
los ingleses”. Por eso mismo -porque los ingleses controlaban el trazado estratégico
de nuestras vías férreas- el padre de Eusebio Dojorti peleó infructuosamente
durante años para que los gobernantes argentinos tomaran la decisión soberana
de hacer que el ferrocarril llegase a Jáchal y los hiciera “entrar en el
progreso”.
Los
dos se criaron en ambientes rurales y -al calor del contacto cotidiano con
arrieros, pastores y labriegos- supieron tempranamente de la suerte esquiva del
hijo pobre de la “república” opulenta. Gracias a estos “maestros” y a una
avidez lectora que los consumía por igual, Roberto y Eusebio de largaron a
recorrer el país argentino siendo aún muy jóvenes. Llevaban la tierra adentro,
pero salieron a palparla en sus hombres y mujeres, en sus cantos y en sus
distintos tonos de decir lo argentino.
No
mucho tiempo después, el movimiento nacional los encontró militando en diversas
variantes del amplio abanico yrigoyenista. La vigorosa sustancia del verbo ya
era fuerte en los dos mozos, y el periodismo fue tanto una profesión como un
acto de fe en el poder transformador de la palabra. Casi enseguida, conocieron
las asperezas de la derrota, fueron perseguidos y debieron exiliarse.
Regresarían
a la vida pública abrazados al folklore, y a los seudónimos que los harían
trascender. Llegaron, como dijeran los jóvenes del Nuevo Cancionero, a
revitalizar la canción criolla: “Hasta el advenimiento de Buenaventura Luna y Atahualpa Yupanqui, el
cancionero nativo se mantuvo en la etapa de formas estrictamente
tradicionalistas y recopilativas (…) Fue la fijación en ese estado lo que
degeneró en un folklorismo de tarjeta postal cuyos remanentes aún padecemos,
sin vida ni vigencia para el hombre que construía el país y modificaba día a
día su realidad. Es con Buenaventura Luna, en lo literario y con Atahualpa
Yupanqui, en lo literario musical, con quienes se inicia un empuje renovador
que amplia su contenido sin resentir la raíz autóctona. A ese hallazgo se
sumará luego el aporte de músicos, poetas e intérpretes de las nuevas
generaciones que, urgidos por desarrollar esa veta de la sensibilidad popular,
han protagonizado el resurgimiento actual”.
Más tarde, la llegada del peronismo los encontró
con miradas diferentes frente a la irrupción del fenómeno que partió en dos el
Siglo Veinte de
lunes, 29 de abril de 2013
Mi sombra, por Eusebio Dojorti
Mi sombra
Por Eusebio
Dojorti
Debo venir de una sombra,
porque aunque quise ser claro,
ya soy oscuro brillante,
como un caballo que muda,
después del invierno el pelo.
Debo venir de una sombra
y de un misterio a llorar.
Un tiempo me di a pensar
que ascendía hacia la luz,
y cuando quise acordar,
ya no me pudo librar
de aquel afán de soñar
bajo el yugo, mi testuz.
Acaso tuve sospechas
de lo heroico y de lo santo.
“Bueno es ser bueno” -me dije-
y es tanto lo que por eso he sufrido,
que ya no me asombra el llanto,
ni la risa ni el olvido.
Desde que tengo conciencia,
me va siguiendo una sombra.
Quise huir
desde esa sombra a la luz;
y otra vez volví a sufrir
acaso por no reír
en lo negro de mi cruz.
Monté un caballo al alba,
busqué otro amor de mujer;
y nunca pude entender,
ni en el borde del abismo,
de aquella sombra el poder:
era yo mismo, yo mismo.
¡Qué mares no habré surcado,
qué vidas no vi nacer!
¡Qué plantas no holló mi planta,
que ríos no vi correr!
¡Qué lunas no vi pasar,
qué vuelos no vi morir;
qué sol ni viento al nadir,
qué estrellas no vi llorar!
Sonrían adolescencias
ignorantes del futuro:
ya sé la peor de las ciencias:
la de ser triste y oscuro!
Quise huir por andar lejos,
desprenderme de mi sombra.
Me disparé a las llanuras,
me refugié en las montañas,
mas siempre siguió la sombra
aliada a mí pero extraña.
Me he cansado en pleno día,
cansé todos mis caballos.
Lejos, revientan los gallos
su elemental armonía.
Vamos llegando, caballo,
-viniendo desde tan lejos-;
ya vuelve a cantar el gallo,
ya somos mansos y viejos.
Ya no tengo aquí a mi madre
ni recuerdo de mujer
por quien sufrir en el tiempo,
no tengo por quién volver.
Ya es de noche, ya no andamos
galope en fuego divino;
y de vieja aquella sombra
quedó muerta en el camino.
Sombrita que me has seguido
a lo largo del destino,
tú no eres más que el olvido,
martes, 26 de febrero de 2013
jueves, 3 de enero de 2013
Vallecito, el poema que Manuel J. Castilla le escribió a Buenaventura Luna
Buenaventura Luna fue uno de los percusores, encargado
de abrir un surco por el que luego transitarían otros muchos poetas mayúsculos
del país argentino. Sentimos que acabamos de decir mucho y muy poco a la vez
porque semejante audacia artística -la feroz osadía de intentar siquiera la
dignificación literaria, poética, filosófica y musical del canto nativo-, no es
sino la parte visible de una profunda reflexión sostenida al calor del devenir
-siempre difícil- de
Éste es, entonces, su legado, y sus herederos son una
lista de nombres siempre en aumento: una pródiga lista de nombres como añiles
resplandores en el cielo de los hombres que anhelan sus versos y cantan sus
canciones. Nombres de hombres como
Manuel J. Castilla, capaces de escribir –sobre el cuero de una mulita- las
palabras que la voz de otro gran poeta se merecía:
Vallecito
A
Buenaventura Luna
La
canción del Vallecito
quién
la pudiera cantar,
la
madre cerca del fuego
y
el hombre dele llorar.
Buena
ventura la luna
si
vas cantando te da,
Buenaventura
la madre,
madre
y canción dónde están.
Ay,
guitarrero, guitarra,
guitarra
de lagrimear,
San
Juan ardido en las viñas
y
Huaco puro alfalfar.
Guitarrero,
guitarrero
dónde
tu voz, dónde está.
Buena
ventura lunita,
lunita
dámela ya.
Lejos
se queda mi valle
clarito
de soledad;
el
algarrobo, los vientos,
y
la canción de llorar.
Cuando
me toma la noche
solito
me sé quedar
y
a la copla sangre adentro
le
da por iluminar.
Guitarrero,
guitarrero,
guitarra
de trasnochar,
cuando
se duerma mi mano
el
vino te tocará.
Buena
ventura la luna,
Buena
ventura te dá,
dame
tu buena ventura
lunita
y tu claridad.
Bs. Aires Castilla
3 Julio 55