Por
Carlos Semorile
Este escrito de Eusebio
Dojorti que hoy publicamos bajo el título “Cultura e Identidad”, no necesita de
más actualizaciones que la de trocar “jazz” por “pop”, o por “rap”, o por la
expresión musical que se desee. El resto, mantiene tanto su hondura como su
vigencia. Cuando desviamos la mirada hacia algún centro distante para buscar
patrones culturales aprobados, previamente, aunque no lo sepamos, hemos
renegado de lo propio. La tarea de recuperación espiritual, nos debe llevar a volver
a creer en nosotros mismos.
Al iniciar -por encargo de RCA Víctor Argentina- estos trabajos de recopilación y ordenación de los cantares, danzas, y danzas cantadas tradicionales de nuestro país, parécenos indispensable formular algunas advertencias y aún ciertas recomendaciones relativas a las grandes dificultades con que se tropieza en su estudio y a la mucha conveniencia de ahondar en el mismo, pese a todo. Los especializados en sociología duélense de la facilidad con que se entrometen en la vida argentina infinidad de expresiones espirituales foráneas y en absoluto extrañas a nuestra propia alma. Dicen ellos, y así es la verdad, que nuestro lenguaje está plagado de “cocolichismos”, anglicismos y otras palabras o giros de países diversos, que en nosotros vienen a quedar tan a lo postizo como el “jazz” y la música afrocubana en general. Compartimos aquel duelo, pero no incurriremos en la ingenuidad de querer afear las cosas de los “gringos”, que nuestra juventud aprende justamente porque en el orden moral el ocio es imposible. Queremos decir que si hemos asimilado lo extranjero, ha sido, no porque no lo hayamos comparado con lo nuestro diciendo que aquello es mejor, sino porque con anterioridad habíamos abandonado y aún olvidado nuestra propia manera tradicional de ser. No es lo mismo negarnos por haber mirado hacia fuera, que mirar hacia fuera como resultado de habernos, previamente, negado. El “jazz” y todo extranjerismo, con la consiguiente corrupción del idioma -que por otra parte corresponde a nuevos módulos y necesidades de vida- no prueba nada contra nuestra juventud, cuya natural energía que no puede quedar ociosa, se aplica al conocimiento, aprendizaje y culto de lo foráneo, no antes, sino después de que los padres han abandonado lo de los padres, lo de la casa y de la patria. Siendo ello así, de nada vale irritarse en procurar el desprestigio de la música, costumbres y palabras que viniendo de afuera se sustituyen a las nuestras, señoreando nuestra vida social y desdibujando cada vez más nuestra propia fisonomía social, al debilitar paralelamente, nuestra fe en nosotros mismos. Reprocharle a la juventud su preferencia por el fox o por la conga será estéril, si no atinamos, antes que nada, a mostrarle y poner a su alcance la superior belleza de nuestros propios aires tradicionales. Éste debe ser el principio de la gran tarea que nos reclama a los argentinos: la tarea de recuperarnos espiritualmente en medio del bullicioso desconcierto que caracteriza a este instante de la historia.