Buenaventura Luna fue uno de los percusores, encargado
de abrir un surco por el que luego transitarían otros muchos poetas mayúsculos
del país argentino. Sentimos que acabamos de decir mucho y muy poco a la vez
porque semejante audacia artística -la feroz osadía de intentar siquiera la
dignificación literaria, poética, filosófica y musical del canto nativo-, no es
sino la parte visible de una profunda reflexión sostenida al calor del devenir
-siempre difícil- de
Éste es, entonces, su legado, y sus herederos son una
lista de nombres siempre en aumento: una pródiga lista de nombres como añiles
resplandores en el cielo de los hombres que anhelan sus versos y cantan sus
canciones. Nombres de hombres como
Manuel J. Castilla, capaces de escribir –sobre el cuero de una mulita- las
palabras que la voz de otro gran poeta se merecía:
Vallecito
A
Buenaventura Luna
La
canción del Vallecito
quién
la pudiera cantar,
la
madre cerca del fuego
y
el hombre dele llorar.
Buena
ventura la luna
si
vas cantando te da,
Buenaventura
la madre,
madre
y canción dónde están.
Ay,
guitarrero, guitarra,
guitarra
de lagrimear,
San
Juan ardido en las viñas
y
Huaco puro alfalfar.
Guitarrero,
guitarrero
dónde
tu voz, dónde está.
Buena
ventura lunita,
lunita
dámela ya.
Lejos
se queda mi valle
clarito
de soledad;
el
algarrobo, los vientos,
y
la canción de llorar.
Cuando
me toma la noche
solito
me sé quedar
y
a la copla sangre adentro
le
da por iluminar.
Guitarrero,
guitarrero,
guitarra
de trasnochar,
cuando
se duerma mi mano
el
vino te tocará.
Buena
ventura la luna,
Buena
ventura te dá,
dame
tu buena ventura
lunita
y tu claridad.
Bs. Aires Castilla
3 Julio 55