El Pensamiento de Buenaventura Luna
martes, 29 de julio de 2014
Buscando vivir sin saña, por Buenaventura Luna
Hoy 29 de
julio, en un nuevo aniversario del fallecimiento de Eusebio Dojorti,
compartimos estos sentidos versos suyos que encontramos en el libreto correspondiente
al martes 4 de agosto de 1953 de su audición “Al paso que van los años”. (Y los
acompañamos con una bellísima imagen lograda por el fotógrafo jachallero
Roberto Ruiz).
Buscando vivir sin saña
Por Buenaventura Luna
Buscando vivir sin saña,
vine a hallar la soledad
en la nativa heredad
inmensa de la montaña.
Aquí, mejor me acompaña
con un canto de cencerros,
el ladrido de los perros
que me siguen, escoteros,
cuando voy por los senderos
de los altísimos cerros.
Aquí me saben mejor
y hasta me tornan más güeno
el patay y el pan moreno
en el rancho de un pastor.
Aquí no arraiga el dolor
ni duran las pesadumbres,
porque hicieron sus costumbres
estas gentes, de muy cuanta,
viéndolo a Dios en la santa
luz serena de las cumbres.
Aquí dice en jachallero
verdad clarita mi trova:
libre me hace la algarroba,
libre la miel del huanquero.
Apacible el tonalero
rezongo de una bordona,
dichoso la inocentona
chinita que me embeleca
cuando, alegre, baila cueca
con aires de redomona.
La añapa recién colada,
la sandia recién partida.
Hacer, en fin, de la vida
una cosa enamorada:
hacer con cada alborada,
crecer en luz y alegría
hacia el pleno mediodía,
y asombrarme ante el alarde
del sol, que incendia la tarde
de occidental lejanía.
Tomar la aloja recién
asentada en las tinajas;
cortar del jamón las rajas,
convidar sin ver a quién.
Tener lo poco por güen
alimento de lo humano;
vivir sosegado y sano,
ninguna envidia sufrir
y, sobre todo morir,
como he nacido: cristiano.
Y cuando quede dormido
en la nieve de mis cerros,
que pase con los cencerros
la luz de un canto perdido.
Que un rezo grave, dolido
de siglos recen por mí
las pobres gentes de aquí;
que un cardón deshoje flores
y un indio medite amores
del Huaco donde nací.
Que alguna vez los puesteros
del valle, rodeando el fuego,
me nombren en el sosiego
musical de sus aperos.
Que me invoquen los arrieros
tropiando en noche cerrada;
que alguien alce una tonada,
una copla a
mi memoria,
y después, que de esta historia
no vuelva a saberse nada.