Por Carlos Semorile
Cuando decimos
“Buenaventura Luna” deberíamos comprender que decimos algo más que las dos o
tres cosas con que inevitablemente queda asociado una figura en la era del
ícono y bajo la ominosa sombra del cliché. Decimos su nombre y recordamos
“Vallecito”, pero Luna es autor de más 220 temas que pertenecen a los géneros
más diversos dentro de la música nativa. Tiene una mayoría de canciones, pero
también tiene bailecitos, chacareras, cuecas, estilos, gatos, milongas,
tonadas, valses, zambas, un par de villancicos, y hasta alguna cifra, algún
triunfo, algún cuando y alguna vidala. Semejante riqueza y variedad musical,
que se aparta de la clásica estampa del compositor cuyano de tonadas, es el
fruto de un trabajo de parcería con cerca de cuarenta nombres provenientes de
distintas historias y diversas regiones. Pero es a la vez la labor de un
notable músico que no tuvo estudios académicos: Buenaventura firma en solitario
cincuenta de estas composiciones musicales.
Mencionar a Luna, muchas
veces provoca una asociación inmediata con su conjunto más afamado, La
Tropilla
de Huachi-Pampa, aunque involuntariamente luego se deslizan algunos
errores. Debemos decir, entonces, que los formó -en el sentido más amplio de la
palabra- y los trajo a Buenos Aires, que fue su productor ejecutivo y su
director artístico. Similares funciones cumplió con respecto a Los Pastores de Abra-Pampa
y Los Manseros del Tulum,
y hacia el final de sus días se proponía hacer lo propio con un dúo de
sanjuaninos al que había bautizado como Los
Nocheros. Siendo breves, y por ello mismo injustos, diremos que por
sus conjuntos pasaron “El Negro” Diego Manuel Canales, Antonio Tormo, Remberto
Narváez, José Báez, El Zarco Alejo (José Castorina), Juan Gregorio Bustos,
Alfonso y Zabala, Ángeles del Castillo, “El Negro” Jorge Durán, Nicolás
Venancio Lamadrid, los hermanos Navarro, “El Chango” Marcos Arce, Ángel
Linares, Eduardo Falú, Oscar Valles, Fernando Portal, Mario Arnedo Gallo e
Hilario Pueyo. Y cuando unos muchachos amigos se estaban juntando, Buenaventura
los bautizó hermosamente como Los
Quilla Huasi: Los
Cantores de la Casa
de la Luna.
Decir “Buenaventura Luna”
es mencionar sus más de 120 poemas, y sus cientos de rimas “que le brotaban”,
al igual que cientos de glosas. Es hablar de sus 20 años de trabajos literarios
delicadamente preparados para la radiotelefonía argentina; es decir, para sus
oyentes criollos o gringos pero con un trascendente contenido nacional.
Hablamos de 20 años de libretos pautados hasta la obsesión con el objeto de
producir el impacto emocional y la ferviente adhesión que sus audiciones
conseguían en el público. Pensamos en programas que supieron ser exitosos en la
época de oro de la radio y aún en las radios más exigentes del momento como El
Mundo, Belgrano o Splendid, las mismas que hacían llegar su voz profunda a
todos los rincones de la Patria,
e inclusive a países hermanos como Bolivia y Paraguay. Decimos, entonces, El Fogón de los Arrieros, San Juan y su Vida, Seis Estampas Argentinas y Al paso que van los años, y
hablamos de su vinculación con pioneros de la radiotelefonía como Pablo Osvaldo
Valle o José Laureano Rocha de Radio Colón de San Juan.
Pero también nos referimos
a sus proyectos por democratizar la palabra y ampliar el abanico de lo
verdaderamente regional, y decimos El
Canto Perdido y Un
Mensaje de Cuyo, amén de sus reflexiones críticas sobre la
decadencia del medio a manos de los “mercaderes
de la onda”. Hablamos, en fin, de sus trabajos en radios de Uruguay
y de Chile cuando, por ejemplo, las emisoras de Santiago todavía no irradiaban
los trabajos recopilativos de la Violeta Parra. Son cientos de libretos, cientos
de horas para que -a través del medio masivo por excelencia de aquellos años-
sus paisanos del país todo pudiesen mirarse en un espejo que les devolviera, al
fin de tantos desprecios, una imagen digna de ellos mismos. Y pretendió hacer
eso mismo desde el cine, pero sus argumentos cinematográficos no llegaron a
pasar del papel al celuloide. Al menos, en 1942 participó junto a su Tropilla de Huachi-Pampa de
la película Sinfonía
Argentina, hoy lamentablemente perdida.
Decimos Eusebio de Jesús
Dojorti y hablamos de sus más de 25 años trabajando como periodista, su primer
y permanente oficio. Primero en San Juan y dentro del Bloquismo, para Reforma y Debates, y luego
oponiéndose al pacto anti-irigoyenista del Cantonismo con los conservadores, ya
como director de La Montaña. Más
tarde, en Buenos Aires, publicando en Crítica,
El Hogar, Sintonía, Democracia y Noticias Gráficas, además
de hacerlo en medios trasandinos como La Nación y Vea. Fueron casi 30 años de
vida pública, y debemos mencionar al menos tres cosas más de este infatigable
Eusebio Dojorti. En 1933, fundó un partido político, la Unión
Regional
Intransigente, para la cual escribió un Manifiesto fundacional que es un impresionante
documento que aún hoy continúa revelando la batalla cultural en que se dirime
la vida comunitaria argentina. Años más tarde, lo encontramos colaborando desde
la Capital Federal
con las víctimas del terrible terremoto que en enero de 1944 asoló a su
provincia. Forma parte de la
Asociación pro reconstrucción de San Juan,
y específicamente elabora la propuesta que eleva la Sub-Comisión de Trabajo, un instrumento
invalorable que debería estudiarse en las facultades que forman economistas,
para que éstos adviertan la ligazón que existe entre los saldos exportables y
la dignidad humana.
Profundizando esa misma
línea de pensamiento, en 1952 recorrerá el Camino
Internacional a Chile por el paso de Agua Negra. Contratado por el
gobierno sanjuanino, realiza una serie de notas y de trabajos periodísticos en
los que pone su firma y su prestigio al servicio de “publicitar”, noble y
lealmente, la necesidad de la integración política y comercial. Es el paso de
la soberanía nacional al viejo sueño de los héroes: la Nación Latinoamericana.
Y puede decirse que allí está todo, el pasado en común, los nombres indígenas
compartidos, los oficios de ayer y los del presente, los potenciales
desarrollos industriales, científicos y técnicos. En una palabra, el futuro: el
trabajo, la prosperidad y la felicidad del pueblo. Tiene 46 años, hace un buen
trecho subido al lomo de una mula, y cuando pasa al Elqui, el valle encantado
de Gabriela Mistral, lo acompaña su idea de siempre: “Una forma de civilización puede
derrumbarse y se derrumba; pero la cultura no”. Hoy, tras el acuerdo
firmado en octubre de 2009 entre las presidentas Michelle Bachelet y Cristina
Fernández de Kirchner, el paso de Agua Negra vuelve a ser prioritario en la
agenda binacional. Y pensamos si no lograría integrarnos todavía más si a su
tramo chileno, que lleva el nombre de Gabriela Mistral, se lo acompaña de este
lado de la Cordillera
con un nombre “donosamente
argentino”: el de Buenaventura Luna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario