Por Carlos Semorile Maestre
Un día como hoy pero de
1916 nacía, en la ciudad de San Juan, Dora Olga Maestre, la compañera de
Eusebio de Jesús Dojorti y madre de siete de sus hijos: Marta Olga Maestre,
José María "Marucho" Maestre, Brígida del Carmen Maestre, Beatriz
Maestre, Mónica del Rosario Maestre, Eusebio de Jesús Maestre y Juan Pablo
Maestre. Es para Olga Maestre que Eusebio Dojorti escribió los versos de
"Por qué será que parece", y seguramente se inspiró en su ternura de
mujer y madre para escribir las líneas que siguen:
Nunca he podido olvidar
las cuatro palabras del epitafio antiguo: “Ella cuidó la casa”…
“Ella cuidó la casa…”. Lo
habrá escrito alguna mano temblorosa de amor y sufrimiento. Ahí está el hombre
ENTERO…, su alimento de dolor…, su NO poder llorar la tristeza lenta de la
viudez paterna…, de la orfandad de sus hijos…, de su nocturna desolación ante
los días…
“Ella cuidó la casa”…
Nadie le ha dicho más al corazón de una mujer, seguramente porque aquella mano…
temblorosa de amor y sufrimiento no escribió para la mujer de sus amores, sino
para la ausente de su amor: para la madre…
“Ella cuidó la casa”… ¡Qué
sencillo!..., como que es sencilla siempre la ciencia insuperable del
sentimiento. Como es sencilla la ciencia que asciende desde el corazón del
pueblo, hasta hacerle decir al rústico y acaso analfabeto trovador de la
guitarra:
“En lo tocante a mujeres…,
tienen ellas señalau un
alto destino fijo:
que no hay amor bien
lograu,
sino está santificau por
la alegría de un hijo”.
Y todavía este otro
sentido estrictamente cristiano del hogar:
“Con la mujer salidora el
más toro se atraganta.
Pero la madre que canta cosiendo
ropa pal hijo,
es güena criolla y, de
fijo, poco menos que una santa”.
Ciencia del pueblo que
siempre ha acertado a ver a la madre por sobre la mujer, hasta el extremo de
identificar a aquélla con la misma tierra:
“La tierra tamién es
hembra…,
dichoso del que la
siembra”.
Ciencia del pueblo, del
pueblo de abajo que sabe que a la tierra ha de volver… y volver dichoso, porque
entretanto la tierra lo alimenta y le da calor como el regazo al hijo:
“La tierra tamién es
hembra…,
dichoso del que la siembra!...”
Ciencia del pueblo,
ciencia de mis viejos paisanos sanjuaninos que adivinan los misterios de la
noche y del destino, que comprenden la secreta comunión de los seres con las
cosas y que son capaces de identificar la maternidad de la tierra con la mujer
madre. Con la mujer madre, que como la tierra, oculta el secreto del milagro de
la vida y que, por eso, es confidente de Dios en el amor del hijo y en el amor
del fruto… y en el sagrado murmullo de la oración y la plegaria.
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