Por Carlos
Semorile
La
reglamentación de la Ley
de Servicios de Comunicación Audiovisual (o, más sencillamente, la Ley de Medios de la Democracia) resulta una
excelente oportunidad para ahondar un poco en las cosas que habitualmente se
dicen cuando se habla del Dojorti
periodista.
Se
menciona, y es justo que así sea, que Eusebio publicó su primer artículo cuando
apenas contaba con doce años: fue en el periódico jachallero “Nuevos
Horizontes”, y allí también aparecieron “unas décimas adolescentes a un amor
frustrado” (en Buenaventura Luna, su vida
y su canto, de Gargiulo, Yanzi y Vera). También se cuenta su paso por los
periódicos La Reforma y Debates, órganos oficiales del
Bloquismo, y de allí se pasa al momento en que, sin desafiliarse de la UCR Bloquista, funda el
periódico La Montaña con el propósito de oponerse al
cantonismo cuando éste formalizó su alianza con los conservadores. Luego, se
relata el cierre compulsivo de La Montaña, el
secuestro de Dojorti y sus compañeros de redacción, y su reclusión en la cárcel
cordillerana de Tamberías.
Se
sabe que luego de 77 días de cautiverio logran fugarse de la misma con la ayuda
del miliciano Rodolfo Flores (un antiguo peón de la finca huaqueña de sus
padres), pero se conoce menos que al llegar a la capital mendocina fueron
recibidos por una multitud que escuchó las palabras que los evadidos les dirigieron
desde los balcones del diario La Libertad. El
relato pormenorizado de estos hechos (que van aproximadamente de 1924 a 1932) nos llevaría
mucho más espacio del que aquí disponemos.
Sin
embargo, es necesario hacer algunas precisiones porque, aún sin tener en menos
su vocación por las letras, lo cierto es que Dojorti hace su ingreso de adulto
joven al periodismo desde la militancia y al servicio de una causa. Que era,
justamente, “La Causa”
a la que se refería Hipólito Yrigoyen cuando llamaba a combatir al “Régimen”
oligárquico; es decir: la posibilidad de que las grandes mayorías argentinas
pudieran ejercer sus derechos políticos. En las provincias cuyanas de Mendoza y
San Juan este proceso tuvo sus propias características y asimismo sus propios
líderes, cuyos “logros sociales sobrepasaron las moderadas ambiciones del
Partido Radical a nivel nacional” (en Lencinas
y Cantoni -El populismo cuyano en tiempos de Yrigoyen-, de Celso
Rodríguez). La magnitud de estos logros sociales (que los hermanos Cantoni impulsaron
en San Juan todavía con mayor profundidad que los mendocinos Lencinas, padre e
hijo), fue lo que sedujo a Eusebio y lo acercó, primero, a las lecturas
necesarias como para poder sentarse de igual a igual en las tertulias de la
vida intelectual de la ciudad, lo que equivale a decir en la vida política de
la capital sanjuanina.
El
Eusebio Dojorti que comienza a escribir en los periódicos bloquistas es, pues,
un militante que lucha contra el conservadurismo que, desde la oposición, llegará
a extremos inusitados de violencia simbólica a través de la prensa escrita. Por
citar solo un par de ejemplos: desde Buenos Aires el diario La Prensa
decía que el cantonismo era una mezcla de “prepotencia caudillesca y
populachera exaltación”, y en la propia San Juan el diario La Época denostaba constantemente a Federico Cantoni y a su movimiento: “desborde de barbarie,
iracundia salvaje, personaje de toldería, sátrapa, gobierno bárbaro y
barbarizante, comunismo semigaucho, oficialismo mazorquero”.
En
ese clima de hostigamiento permanente, pero también de absoluta libertad de
prensa, Eusebio Dojorti irá formándose como redactor de La
Reforma y Debates,
desde los cuales se respondían las críticas: “La Reforma ridiculizó a La Nación y La Prensa porque informaban a
sus lectores sobre la situación industrial en Vladivostok o sobre la muerte de
tres chinos en Shanghai a causa de una peste (…) Era más imperativo y
relevante, sostenía La Reforma,
informar acerca de la situación económica y social en el interior del país que
publicar un detallado informe sobre el costo de vida en Nueva Zelandia”. Son
justamente este tipo de comentarios los que implican un debate amplio sobre el
rol profundo del periodismo, su papel como ocultador o como formador, y es en medio
de esa fuerte disputa política que Dojorti se forja como militante y
periodista, es decir, como un periodista que tiene una opinión y no la oculta
detrás de la habitual mascarada de imparcialidad y objetividad. O de
“periodismo independiente”, como dice el “slogan” del Monopolio por estos
agitados días que preludian su caída.
Para
cerrar, digamos simplemente que Eusebio Dojorti siguió ejerciendo el periodismo
casi hasta el final de sus días, publicando en medios locales y nacionales de
Argentina y Chile. El hecho de que sus artículos aparecieran bajo el seudónimo
de Buenaventura Luna no cambia lo esencial: su palabra seguía estando al
servicio de una idea, y esa causa fue, como siempre, la de “la chusma de
alpargata”.
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