Por Carlos Semorile
La propuesta de hacer un Museo que albergue la obra de Eusebio Dojorti/Buenaventura Luna sería un acto reparatorio para la obra de un hombre que es popularmente reconocido como un alto poeta y como un autor fundamental dentro del folklore argentino, pero que además elaboró un pensamiento propio desde un lugar subalterno dentro del firmamento de las letras consagradas, y dejó textos que son parte de la resistencia cultural de los pueblos que aspiran a su emancipación.
Como señalamos a lo largo de nuestros trabajos de recopilación, esa elaboración singularísima -y diáfana en su lenguaje destinado a conmover el corazón de la vida popular argentina- tiene muchísimos puntos de contacto con los análisis de Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, José María Rosa, Ramón Doll, José Luis Torres, Arturo Sampay, José Gabriel, Enrique Santos Discépolo, Leopoldo Marechal, Juan José Hernández Arregui y John William Cooke.
Esta afinidad –que puede rastrearse en la coherencia de sus adhesiones sucesivas al radicalismo bloquista primero, y más tarde al peronismo- lo sitúan dentro del fecundo cauce del Pensamiento Nacional y de todos sus intentos por reflexionar sobre la situación semi colonial de un país cuyas clases dirigentes –y buena parte de sus “intelectuales de aldea”, como los llamaba Dojorti/Luna- se sometían de modo dócil a patrones culturales importados de allende los mares.
Aún lo hacen, y por eso la vigencia de una herencia que cuestiona las “verdades instaladas” por el pensamiento único dominante, y que nos permite –como hicieron aquellos hombres y como hizo el propio Dojorti- traducir de manera crítica todos los mandatos que nos condenan a la fragmentación, el abatimiento y la desdicha. Ese legado advierte contra el autodesagrado elevado a la categoría de falsa identidad, y sobre los efectos de la dispersión de nuestras fuerzas materiales y espirituales.
Este es el destino que queremos evitar para los papeles de Eusebio Dojorti, conservados por manos fraternas o familiares, y que –como en el caso de su compañera Olga Maestre y sus hijos- los preservaron bajo las más duras condiciones de hostigamiento, persecución y crimen. La riqueza espiritual de su pensamiento, y la material concreta de su obra, merecen hallarse reunidas en la tierra sobre la que -hace ya más de cien años -comenzó a forjarse su reflexión soberana y soberanista.
La tierra que cobijó al prisionero John Dougherty –quien se afincó en un país que nacía a su vida independiente- y donde sus descendientes pudieron tener lo que él no tenía en Irlanda: tierra, pan, y libertad civil y religiosa. Son los valores por los que peleó Dojorti, y son como un hogar para muchos compatriotas. Devolvámosle, pues, su propia casa.
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