Por Carlos
Semorile
Hoy
al mediodía estuve en el Anexo Sur de la Biblioteca Nacional,
que no es otra que su antigua sede de la calle México 564, que vuelve a ser
parte de la Biblioteca
bajo el nombre Borges-Groussac, en homenaje a dos de sus directores más
emblemáticos. Se trata del rescate de un edificio que será puesto en valor pero
cuya restauración, como planteó Horacio González, implica además una profunda
reparación para la historia cultural y para la memoria de los argentinos.
González se refirió a los inmensos anaqueles de la antigua sala de lectura –“estas
estanterías vacías nos estaban llamando”-, y lo propio hizo Teresa Parodi cuando
llamó a llenarlas con los libros que le darán vida. "Desde el primer
momento que creamos el Ministerio de Cultura tuve largas charlas con Horacio y
fue naciendo esta idea de restituir la antigua sede, la ocupación otra vez del
primer piso por parte de la Biblioteca Nacional".
En
ese primer piso, están iniciadas las obras de restauración en la que fuera la
oficina del director que ocuparon tanto Groussac como Borges, e impresiona
pensar que durante tantos años conoció el olvido y la desidia. En su Historia
de la Biblioteca
Nacional –Estado de una polémica-, González escribió que
“alguna vez se tendrá, finalmente, el testimonio asombroso de que por esfuerzo
de sus lectores, trabajadores y administradores, la Biblioteca Nacional
llegue a ser la conciencia lectora y crítica del memorialismo cultural del
país”. Sin dudas, ese esfuerzo ha sido realizado en estos años en que tantos
nos hemos sentido convocados por la Biblioteca Nacional
para ser parte de esa memoria y a participar en la construcción de las políticas
emancipatorias del presente.
La
otra razón que me llevó a acercarme hoy al Anexo Sur, también arrastra una
memoria del país que fuimos y del que merecemos ser. En 1937, la Biblioteca Nacional
albergó el debut de Buenaventura Luna y su más famoso conjunto: “La Tropilla de Huachi-Pampa no ha venido a Buenos
Aires por puro afán exhibicionista ni por puro afán de lucro (…) Ha venido a
llamar la atención de los porteños sobre el interior del país, hablándoles el
lenguaje sencillo y emocional de la música. Su voz viene desde muy adentro de
nuestra historia y está saturada de viejas tradiciones. Sus resonancias irán
entonces más allá de los oídos de quienes las recojan, haciendo que vuelvan a
mirar lo nuestro, que aquí, ¿quién lo duda?, está algo olvidado”. Aquel
folklore llegó y religó a los migrantes internos con su tierra y con su
espíritu. Pero hubo luego un notorio quiebre cultural, y el mercado y las
empresas aplanaron el oído popular.
Algo
de eso charlamos más tarde con el compañero Hugo Fernández Panconi, en un breve
encuentro que sin embargo alcanzó para que me explicase su idea del Derecho al
Acervo. ¿De qué se trata? De que nos asiste el derecho a nutrirnos de nuestra
memoria cultural para no ser esclavos del esquema liberal que clausura el
acceso al pasado para que, como planteaba Walsh, siempre tengamos que empezar
de cero. Y como me pareció una síntesis brillante, le pido permiso a Panconi
para difundir y pedir por el Derecho al Acervo, o para celebrar que en
ocasiones como la de hoy en el Anexo Sur Borges-Groussac sean las instituciones
públicas, como la
Biblioteca Nacional y el Ministerio de Cultura de la Nación, quienes se ocupen
del Derecho al Acervo.
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