En
las líneas que siguen, pueden apreciarse al menos dos aspectos desatendidos en
los escritos sobre Eusebio Dojorti. En primer lugar, su recurrente intención de
escribir un libro “nacional” que denunciase el vergonzoso papel de los
“intelectuales de aldea”, como los llamaba con ironía y desprecio. En segundo
término, una confesión tan diáfana como potente que debería hacernos revisar
las habituales imágenes que tenemos de un Buenaventura meramente apesadumbrado
y nostálgico. Leámoslas, y celebremos que Eusebio haya sido “un hombre singular y extraordinariamente
feliz”.
No tengo la culpa de escribir este libro. A mí no
me dejaron ser un buen cultivador de la tierra.
Es más improbable el entendimiento con un individuo
que con un pueblo (Esa es otra de las razones por las cuales escribo este
libro).
Ninguna página de este libro ha sido escrita para
intelectuales. Lo hacemos notar no por eximirnos de responsabilidades ni con
ánimo de pedirles disculpas, sino con el propósito de avisarles que son ellos
los que deben pedírselas al país, por no saber servirlo en la medida que impone
la condición de argentino.
El autor de estas páginas ha sido labriego en el
valle de Huaco. Junto a su padre, sembrador de trigo, también hizo las veces de
arriero y de pastor.
Aunque parezca fantástico o demasiado ingenuo, yo
soy un hombre feliz. Feliz porque creo en la bondad de los otros y en la bondad
providencial de Dios; en la bondad de las tradiciones; en el buen querer dulce
y amargo de mis genitores; en mis hermanos; en el amor de las mujeres hermosas
que me dio la vida; y en el afecto bien intencionado de mis amigos.
Yo creo en todo y, tal vez por eso, me tengo por un
hombre singular y extraordinariamente feliz.
Con esto quiero decir -lector caritativo o
indiferente- que no quise escribir cosas malas en este libro. Si alguna
hallares, cúlpame sin miedo, pero no por mal intencionado, sino por falto de
conocimiento. Porque yo quería darte en este libro lo mejor de mí; uno que otro
resabio bíblico, alguna lírica cosa oriental de donde viene el mundo y el
hombre que lo habita desde hace tanto tiempo; alguna referencia a mi amistad
inteligente con Jorge Manrique y con Cervantes; alguna íntima familiaridad con
el hombre casi inédito de mi tierra nacional.
Fuera de eso, tengo que confesarte que el librito
que vas a leer ahora es un resultado de mi frotamiento personal con los
arrieros, labriegos y pastores de mi tierra, analfabetos, sí, a los cuales
siempre tuve por cultos en despecho de modales que a los cultistas podían
parecerles rústicos o bárbaros.
QUE ALEGRIA VERTE AMIGO...desde Jáchal. Rudy
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