En 1930, la juventud bloquista que encabezaba Dojorti
presentó un documento que planteaba la reorganización del partido. Cantoni no vio
con buenos ojos al grupo disidente y los expulsó del bloquismo. Mientras tanto,
aceitaba sus contactos con el general Justo, primer presidente “electo” de la
Década Infame, y accedía por segunda vez a la gobernación a fines de 1931. Los
expulsados se organizaron en el grupo La Montaña, así llamado por su intención
de reflotar un semanario de la juventud bloquista. Dice Garcés: “Poco antes de
la asunción del nuevo gobierno de Federico, el 12 de mayo de 1932, éste había
denostado con fuertes epítetos en un mitin realizado en un cine céntrico, a
‘esos muchachos de La Montaña', augurándoles un futuro muy negro por haberse atrevido
a desafiar al líder”. Las amenazas no tardaron en concretarse: una patota
armada se presentó en la imprenta y secuestró el diario, a su director
(Dojorti), a los redactores Juan José Montilla y Carlos Miscovich, y más tarde
a Enrique Haagendal. Desde ese momento, pasaron a ser detenidos-desaparecidos.
Sin embargo, desde el sótano de la casa del
gobernador, Dojorti logró enviar un telegrama a Justo donde denunciaba su
situación (amenazado de muerte por Cantoni) y la de sus compañeros, trasladados
de comisaría en comisaría para burlar los recursos de hábeas corpus. El caso
repercutió en los diarios nacionales, y comenzó una batalla mediática en torno
a la verdad o falsedad de los dichos de Dojorti. Cantoni sostenía que se habían
ido de la provincia por sus propios medios y que, desde la comodidad de su
retiro, posaban de mártires. Pero la anunciada visita de una comisión
investigadora nacional complicaba las cosas, y fueron llevados al departamento
de Calingasta. Si hasta aquí la movilización y las denuncias habían logrado
hacer “visibles” a los secuestrados, con lo cual probablemente habían salvado
sus vidas, el nuevo “traslado” volvía a dejarlos en situación de desamparo.
Pasarían los siguientes 70 días en la cárcel de
Tamberías, engrillados, mal alimentados y casi sin abrigo. Quiso la fortuna que
uno de los soldados fuese Rodolfo Flores, antiguo empleado de la finca de los
Dojorti: con su ayuda, y la de otros milicianos, los periodistas prepararon la
fuga. Que se produjo el 31 de julio, y derivó en un tiroteo que dejó un policía
herido. Fracasado el intento de huir en el móvil policial, Miscovich se alejó a
buscar otro auto. Rodeado, el grupo de Dojorti se refugió en las montañas
perdiendo contacto con Miscovich. La fuga dejó mal parado al gobierno que inventó
una supuesta “Revolución de Calingasta”, un ataque de sediciosos llegados desde
Mendoza. Mientras tanto, mandaba tropas para buscar a los evadidos, blanqueaba
las paredes en las que los muchachos habían dejado leyendas durante su
cautiverio, y trasladaba a los soldados que habían participado de la custodia
para que no hablasen con la prensa. Pero ellos lograrían burlar a quienes los
buscaban “vivos o muertos”, gracias a la ayuda del maestro y baqueano Juan
Astudillo. Tras vivir una verdadera odisea en la cordillera, el 8 de agosto
arribaron a la estancia Yaguaraz, en territorio mendocino. Al llegar a la
ciudad de Mendoza, unas tres mil personas se reunieron a escuchar los discursos
de Dojorti y Montilla que denunciaron la farsa de “La Revolución de Calingasta”.
Pero faltaba Miscovich. Tribuna decía que “Dojorti ha
manifestado que su compañero Miscovich desapareció en la obscuridad de la noche
y que teme que haya sido apresado por la policía y que se lo torture a fin de
que declare en contra de sus compañeros”. Miscovich, finalmente, también pudo
romper el cerco y ponerse a salvo, pero nos interesa rescatar que Dojorti usa
la palabra “compañeros”. Y eso nos lleva a situar las cosas en otro lugar. Los que
iban a editar un diario y fueron secuestrados y desaparecidos, los que
estuvieron más de 70 días engrillados, los que se fugaron a los tiros, los que eludieron
la cacería y quisieron testimoniar para salvar al compañero aún desaparecido,
eran militantes políticos.
En 1933, Dojorti enfrentaría a Cantoni desde la Unión
Regional Intransigente, partido para el que escribió un vibrante Manifiesto que
contiene un insoslayable análisis de los dilemas fundamentales de la Argentina.
Eusebio no alcanzaría la banca de diputado y abandonaría la política partidaria
para convertirse en “el Buenaventura Luna
de la radio”. En 1934, Cantoni sufrió un cruento golpe de estado que lo
llevó a reconocer lo erróneo de su alianza con los conservadores. Ya no
volvería a equivocarse. Luego de algunos escarceos con el coronel Perón, tuvo
un gesto inédito: recomendó disolver el bloquismo pues la existencia del
peronismo aseguraba la Justicia Social para “la chusma de alpargata”. Por su
parte, Eusebio también había adherido a la causa de los descamisados. Cantoni y
Dojorti volverían a cruzarse, años más tarde, en la Avenida de Mayo, a pocas
cuadras de donde fueron atacados en el verano de 1928. Eusebio se levantó de su
silla y se sacó el sombrero. Federico se acercó hasta su mesa. Y los dos
hombres se estrecharon las manos.
Por Carlos Semorile.
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