Hoy miércoles 8 de agosto de 2012 se
cumplen 80 años de la fuga de Eusebio
Dojorti y sus compañeros del diario La Montaña de la cárcel de Tamberías, en la
cual habían sido confinados por el gobernador Federico Cantoni por cuestionar
la alianza del bloquismo con los sectores conservadores a los que habían
combatido toda la vida. Más allá de los pormenores ciertamente épicos en que se
desarrolló todo el episodio, los antecedentes y las consecuencias políticas de
este enfrentamiento nos permiten ver el modo en que el futuro Buenaventura Luna
se acercó a la Cuestión Nacional, y de qué manera se posicionó clara e
invariablemente dentro del campo nacional, popular y democrático.
Con apenas 16 años, Eusebio Dojorti se escapó de su
casa para viajar por el país argentino. Conoció el incipiente desarrollo industrial
de algunas regiones, y advirtió el contrapunto entre ese desenvolvimiento y la
decadencia económica del “vallecito”. Para esa época, San Juan iniciaba, bajo
el liderazgo de Federico Cantoni una serie de cambios políticos y sociales que
sintonizaban con el proceso que el yrigoyenismo había comenzado años atrás,
pero que a la vez profundizaba ese camino de reparación social. “El pueblo criollo creyó que había sonado la
hora de su liberación económica y espiritual”, y el joven Eusebio pensó lo
mismo. Durante cuatro meses se enclaustró a leer para poder sentarse de igual a
igual en las tertulias de la vida intelectual de la ciudad. Lo que equivale a
decir en la vida política de la capital sanjuanina.
Dojorti estudiaba porque estos movimientos
“populistas” (el yrigoyenismo, el lencinismo y el cantonismo) venían a
revolucionar las sociedades conservadoras de principios del siglo XX. El
cantonismo impulsó suficientes medidas sociales como para considerarlo
precursor del peronismo. El estado bloquista comenzó a redistribuir los
ingresos a favor del chiniterío, chocando de inmediato con la Liga de Defensa
de la Propiedad,
la Industria
y el Comercio de San Juan, con los bodegueros y viñateros. También los
socialistas atacaban las medidas que favorecían a los trabajadores, curiosidad
que Cantoni explicaba diciendo: “Nosotros somos un peligro para ellos, porque
estamos interpretando en parte el programa del Partido Socialista”.
La oposición llegaba a extremos inusitados de
violencia simbólica a través de la prensa escrita. Los diarios conservadores denostaban
constantemente a Cantoni y al bloquismo. Celso Rodríguez recopila los
siguientes agravios: “desborde de barbarie, iracundia salvaje, personaje de
toldería, sátrapa, gobierno bárbaro y barbarizante, comunismo semigaucho,
oficialismo mazorquero”. Bajo este hostigamiento permanente, pero también en
medio de la más absoluta libertad de prensa, Dojorti comenzó a trabajar como
redactor de los diarios oficialistas La Reforma y Debates, desde donde se contestaban
aquellas críticas. Esta puja entre discursos supuso una discusión sustantiva
sobre el rol profundo del periodismo, su papel como ocultador o como formador,
y Eusebio se forjó como militante y periodista en ese clima de fuerte disputa
política en torno a los usos de la palabra pública. Siempre fue un periodista de
opinión, sin falsas imparcialidades u objetividades.
Además, se destacaba como un fogoso orador y, según
José Casas, llegó a ser “secretario de la gobernación durante el primer
gobierno de Cantoni”. A la oposición de conservadores y socialistas se le
sumaban los yrigoyenistas, que combatían a lencinistas y cantonistas. El
personalismo de los líderes pesaba más que la historia y el hecho de provenir
de un mismo tronco ideológico. Esta falta de perspectiva política iba a llegar
hasta el absurdo de que los tres movimientos populares se aliaran a sectores
conservadores para combatirse mutuamente (los cuyanos -más sus ocasionales
aliados- contra yrigoyenistas, y viceversa), en vez de apoyarse para
neutralizar a quienes los atacaban tanto por derecha como por izquierda. La
oposición apoyó una intervención federal que terminó con la primer experiencia
bloquista por pretender cambiar los ejes del debate cultural.
En lo sucesivo, las contradicciones no hicieron más
que agravarse. El nuevo gobernador bloquista fue Aldo Cantoni y sancionó una
Constitución absolutamente de avanzada a nivel nacional. Paradojalmente, mientras
el establishment sanjuanino se esperanzaba con el retorno de Yrigoyen, los
bloquistas apoyaban al radicalismo anti-yrigoyenista pues creían que esa
alianza evitaría una nueva intervención. Durante la campaña a favor de la
fórmula antipersonalista, Dojorti acompañó a Federico Cantoni a Buenos Aires y le
salvó la vida en pleno centro porteño.
Pero el alvearismo fue aplastado sin piedad por Yrigoyen,
y Eusebio rescataría cruciales enseñanzas de aquella campaña. Se hacía
necesario aglutinar conciencias desde una visión nacional, sin mezquindades,
para avanzar desde las conquistas políticas hacia la plenitud de los derechos
sociales. Era necesario acompañar al gobierno popular y por ello, como explica
Luis Garcés, Dojorti encabezó “un movimiento democratizador al interior del
bloquismo”, pues “no había digerido adecuadamente las alianzas con el
antipersonalismo nacional alvearista”. Si hasta el momento el cantonismo había
actuado en defensa propia y de la autonomía provincial, ahora comenzaba un
viraje que iba a alejarlo del frente nacional. Dojorti vislumbraba el peligro
que estas divisiones estériles le provocaban al movimiento democrático, y que
en poco tiempo dejaría inerme a Yrigoyen cuando Uriburu, Justo y el diario
Crítica le diesen un golpe con “olor a petróleo”.
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