Enseguida señala que “Comienza entonces la verdadera vida social de pastores y troperos, hombres sabidos en la ciencia de la paciencia sin gritos ni lloros y de la mansedumbre siempre igual”. Y una vez presentada la situación que reúne y convoca a los personajes alrededor de los fogones, plantea una síntesis formidable: “Habla entonces, entre bandas inmensurables de silencio, la cultura”.
La “verdadera vida social” se inicia cuando, según Buenaventura, las huaqueñas y los huaqueños toman la palabra y, al tomarla, dan inicio a un fenómeno tan inconmensurable como el silencio mismo: la cultura.
Siguiéndolo a Luna, los relatos que los paisanos comienzan a escuchar a partir de ese momento crucial y mágico, están preñados de aquello que viaja en el corazón de la palabra: la memoria y la historia. En ese orden, porque no es la Historia de los libros sino la de “las cruces de los llanos” (como reza una antigua copla que él citaba a menudo), es decir la historia tal como la atesora la memoria popular.
Llegados a este punto, se impone reconocer que el pueblo de Huaco, a partir de la centralidad que mantuvo la figura y la obra de Dojorti/Luna para toda su comunidad, ha sostenido a lo largo del tiempo una práctica que siguió privilegiando la conjunción de la memoria y la historia en clave popular y, al mismo tiempo, como continuidad de ese tomar la palabra para no dejar de ser ellos mismos.
En la transmisión generacional de ese tesoro popular a través de la oralidad y de celebraciones conmemorativas cada 19 de enero y cada 29 de julio (fechas del natalicio y fallecimiento de Dojorti), las huaqueñas y los huaqueños han sabido ejercer aquello que por lo general se le pide a la Historia que brinde como enseñanza: una conexión con el pasado compartido como colectividad que se reconoce en una identidad que los singulariza y les permite sostener su propio entramado social.
Todo lo han hecho desde iniciativas surgidas en su seno y mantenidas al margen de cualquier apoyo oficial. Por ello sería un acto de estricta justicia que a Huaco se le reconociera su carácter de pueblo histórico, tanto por las razones que expone José Casas, como porque sus paisanas y paisanos tomaron la palabra y, en ella, el latido de su memoria y de su historia.
Por Carlos Semorile.
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