Por Carlos Semorile
Seguimos
publicando fragmentos de los libros dedicados a Buenaventura Luna, con la idea
de ver de qué modo fue considerado por algunos de sus contemporáneos. En este
caso, la semblanza la tomamos de la primera biografía que las profesoras
jachalleras Mercedes Gallardo Valdez y Elba Peluso de Grossi editaron en 1962,
“Buenaventura Luna, mensaje de tierra adentro”. Nos interesa destacar lo que
aquí dice Dojorti respecto de que su obra fue siendo publicada con mi firma o sin ella… con seudónimos
diversos, en diarios y revistas”, e inclusive agrega “por radio, en fin”, de modo que habría que admitir que él
consideraba que el fugaz tiempo de la radio era una manera de dar a conocer su
pensamiento -no menos importante que las otras-, y que admite haber utilizado
diversos seudónimos y no sólo el de Luna:
“En una
oportunidad un periodista lo entrevistó, y quizás con intencionada y noble
actitud, le recordó que el poeta sanjuanino Antonio de la Torre había vaticinado en el
Ateneo Lafinur de San Luis la inminencia de una gran novela regional, producida
por un hombre joven, al que le asignaba verdadero talento de escritor; se
refería a Buenaventura Luna. Y éste le respondió:
De la Torre es poeta, es un fuerte poeta… Pero me
sobreestima porque es mi amigo y me quiere. Y agregó cachaciento: De la Torre no quiere creer que yo
no tengo escrita ninguna novela costumbrista ni libro de ninguna laya. Y suele
insistir en decirme que publique un volumen siquiera, porque se resiste a
pensar que yo solamente escribo, cuando de una u otra manera se me ha creado la
ineludible obligación de hacerlo. Quiero decir que todo lo que tengo escrito ya
se ha publicado de un modo u otro, con mi firma o sin ella… con seudónimos
diversos, en diarios y revistas, por radio, en fin. Y como disculpándose
siguió: Siendo ello así, como lo es, bien pudiera yo parodiar a Rodrigo de
Narváez. Ustedes tal vez no recuerden que cuando al fin se moría, de serena
muerte, aquel glorioso guerrero de Isabel la Católica a quien
apelativaron ‘El Bueno’, al preguntarle su confesor -como es de ritual- si
perdonaba a sus enemigos, Rodrigo de Narváez se incorporó en el lecho de agonía
y, a su vez, le preguntó cándidamente al confesor: ¿Cómo voy a perdonar a mis
enemigos… si los he matado a todos?
Y con humildad
e ironía agregó aún: ¿Cómo voy a perdonar
a mis lectores… si ya les he publicado todo?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario