Por Carlos Semorile
En su audición “Años y Leguas”,
Buenaventura Luna trazaba una semblanza de quienes lideraron las luchas de los
pueblos de los valles andinos: “Caído
Quiroga en Barranca Yaco, le sucede ‘El Chacho’ Peñaloza en el acaudillamiento
de la menguante montonera. Estas mismas luchas acreditan el sentido gregario y
colectivista del tipo de la montaña, a diferencia de los valientes reales o
legendarios de la llanura (…) En el Oeste, no hay héroe popular sin pueblo
detrás suyo. En mayor o menor cuantía, lo mismo representan la natural
tendencia lugareña al acto solidario y colectivo, los nombres de Quiroga y
Peñaloza, que los no menos imponentes de los Varela, ‘El Guayama’ o ‘La Chapanay ’”.
El escritor
sanjuanino Juan Carlos Muñoz recrea la etapa final del legendario José de los
Santos Guayama y lo rescata de entre “un
laberinto de sombras” en desbandada, mientras “la Nación Argentina
levantaba sus muros sobre cimientos reforzados con los huesos del exterminio
aborigen”, y de tantos otros gauchos, criollos y mestizos que no tenían
cabida en el esquema “civilizatorio” de los vencedores.
En lo que va
de diciembre de 1878 a
febrero de 1879, la novela refleja un angustiante compás de espera que tiene
grandes semejanzas con el desierto que circunda –y acecha- al caserío donde se
enjuicia al rebelde. Allí, el representante del poder teme la posible revuelta
de un “enemigo (que) venera dioses que sólo claman venganza”,
aunque por momentos se perciba a sí mismo como “el verdugo de este pueblo”, el “guardián
de este templo en ruinas”.
Un miembro
encumbrado de la clase propietaria, un hombre letrado que desprecia “la malograda memoria de los rebeldes que
nada sabían de literatura”. Un funcionario oscilante entre la euforia y el
desasosiego, un dignatario demasiado pendiente de la opinión de sus pares,
temeroso del variable estado de ánimo de los “vecinos” y del juicio de la Historia : “Nadie tiene porqué saber que mi voz tiembla
y que no siempre se puede salir ileso de los actos de gobierno”.
Del otro lado,
el reo Guayama espera y recapitula los episodios de su vida nómade, de guerrero
sin treguas, de perseguido perpetuo: “Hay
quienes coincidirán conmigo; otros no. Sus razones tendrán, y yo tengo las
mías”. No tiene esperanzas de ser alcanzado por ninguna clase de clemencia;
tan sólo lo sostiene “el silencio, la astucia y la fuerza” de los resistentes y
oprimidos, y el recuerdo de la bella Amanda Ocampo: “En todo caso, lo mejor será mantener la boca cerrada, aunque sé que
nada se parece más a la tristeza que no poder nombrar a quien se ama –dijo con
el ánimo de escuchar el nombre de su amada y su voz”.
Desde luego,
hay mucho más en “Guayama, el rebelde que
murió seis veces”, la novela de Juan Carlos Muñoz que se presentará el
próximo miércoles 7 de agosto en la
Casa de San Juan, con la presencia de su autor y del
historiador Hugo Chumbita. Vale la pena leerla porque, todavía hoy, hay quienes
validan que haya “leyes que se escriben
con la punta de la espada”. Otros seguimos pensando, junto con José de los
Santos Guayama, que “La humillación sólo
engendra violencia”.
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