Por Carlos Semorile
En el Día de
Buenaventura Luna es
reconocido como un notable poeta, como un inspirado compositor del folklore
nativo, y porque en ambas disciplinas supo reflejar la vida y el sentir de su
pueblo. Como fue uno de los pioneros, muchos lo consideran un tradicionalista
férreo. Olvidan que la vanguardia folklórica de los años ´60 consideró que su
obra permitió revitalizar el “solemne cadáver” en que se había convertido el
cancionero nativo gracias a los celosos guardianes de “las formas estrictamente
tradicionalistas y recopilativas” (Manifiesto del Nuevo Cancionero). Pero
cuando a mediados de los ´30 lleva a su Tropilla de Huachi-Pampa a las radios
de Buenos Aires, Luna intentaba, mediante el “lenguaje
sencillo y emocional” de las canciones nativas, que Argentina
volviera a ser interesante para los argentinos.
Se trataba de un tradicionalismo,
sí, pero arraigado en nuestra matriz cultural mestiza y atravesado por la misma
conciencia nacional y social que antes lo había arrimado a una muy activa
militancia política. Un tradicionalismo interesado en las industrias aborígenes
pero también en las más modernas industrias; en los ancestrales relatos orales
y asimismo en el flujo intelectual contemporáneo y vivificante de cada región;
en el canto no domesticado por las corporaciones de la masificación y la
vulgarización del oído y el gusto popular; y, en definitiva, interesado en la
cultura del pueblo dejada a un lado por la cultura oficial. Hay otro
tradicionalismo -o “nacionalismo de duelo”- que sale al rescate de una
tradición gloriosa y heroica sin duda, pero que, finalizada y concluida como está,
representa tan sólo una “tradición”; es decir: un pasado que ha perdido su
futuro, un museo de nostalgias sin capacidad de transformar la realidad.
Buenaventura, en cambio,
formaba parte de un renacimiento cultual que buscaba afanosamente la revolución
política que plasmara la modernización humana de las tradiciones nacionales en
vez de asistir pasivamente a la liquidación insensible de las mismas. Hay dos
momentos, situados en los extremos de su experiencia vital, que nos habilitan a
pensarlo de este modo. A los 16 años, un precoz Eusebio Dojorti acababa de
recorrer por su cuenta el país desde Chubut hasta Jujuy, y trataba de comunicar
el diagrama exclusivamente agroexportador de
A los 46 años, sólo tres
antes de morir, Luna realizó un viaje a Chile con el objetivo de alentar las
obras del Camino Internacional San Juan-La Serena. Creía que la integración
regional incentivaba las posibilidades del comercio y de las industrias locales
-a través del Corredor Bioceánico-, amén de revitalizar históricos lazos
culturales. Le desagradaría saber que aquel proyecto -que potenciaba nuestras
capacidades industriales, científicas y técnicas- nunca se concretó; pero le
entusiasmaría saber que hoy el camino vuelve a ser prioritario y que existen
acuerdos para que su realización vuelva a ponerse en marcha.
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