El Pensamiento de Buenaventura Luna

Eusebio de Jesús Dojorti, popularmente conocido como Buenaventura Luna, fue un destacado folklorista sanjuanino nacido en 1906 en Huaco y fallecido en 1955 en la ciudad de Buenos Aires. Pese a que éste es su perfil más conocido, su trayectoria pública tuvo muchas otras facetas: fue militante político, periodista, escritor costumbrista; creador, director y productor artístico de grupos de música nativa; libretista y animador de sus propios programas radiales; poeta, músico, letrista y recitador. En cada una de estas áreas puede rastrearse una rabiosa piedad política por el semejante, por el hombre y la mujer humildes del país argentino, por la Justicia Social. Este blog intentará dar cuenta de la originalidad y la riqueza que Dojorti/Luna desarrolló en su infatigable laborar en el ámbito de la Cultura Popular: una reflexión que puede enmarcarse dentro del Pensamiento Nacional pero también, y a la vez, un pensamiento propio. Un Pensamiento Dojortiano.

jueves, 8 de julio de 2010

"Un hombre andariego"

Por Carlos Semorile

 

En 1922, con apenas 16 años, Eusebio Dojorti regresa a Huaco luego de recorrer la patria de punta a punta. Allí, en una comarca que habiendo conocido tiempos mejores ya había comenzado a languidecer, oficia de “traductor” para su pueblo sobre los cambios y progresos que se daban en el país argentino. El siguiente texto revela que, desde muy joven, el futuro Buenaventura Luna poseía una conciencia moderna y lúcida sobre la necesidad del desarrollo para integrarse al futuro.

 

 Quien adquiere en la infancia el hábito de la lectura al margen de los textos escolares, está siempre más expuesto que otro cualquiera a echarse tempranamente por los caminos del mundo. Es el caso de Buenaventura Luna. A los 16 años estaba de vuelta en su pago. Y ya refería a las personas mayores las mil incidencias de su caminar errabundo. Así se enteraron los “Tata Viejos” de Huaco que en Villa Valeria se feriaban muy baratas las vacas; que en Comodoro Rivadavia se reclamaban brazos y pulmones “juertes” para los nuevos trabajos del petróleo; que en San Rafael comenzaban a invernar haciendas destinadas a Chile; que Zárate había nada menos que una fábrica de papel; que en el Litoral y La Pampa “los gringos” recogían a máquina sus trigos. Tenía amigos en Ibicuy y buenos recuerdos de Rosario de Tala. En Nogoyá altercara con un policía y en Balnearia con un “linyera”. Pudo haber ido a resistencia pero en Laguna Paiva lo desanimaron unos ferroviarios. Aprendió a fumar cigarritos de hoja en La Cocha tucumana, contempló las maravillas del paisaje en la Cuesta del Clavillo y, haciendo largo rodeo por Andalgalá, cayó a Los Tres Puentes, al pie del Ambato, a golosinear los exquisitos dulces caseros de ña Teresa. Y tras de persuadirse de que el solar de Fray Mamerto Esquiú “era un ranchito como el de cualquier otro pobre”, anduvo urgueteando olivares y uñigales en Aimogasta, Los Molinos, Anjullón. Por la Cuesta del Diablo pasó con un vaso de vino “casi verde” de Chilecito; en Los Pozuelos lo vieron cutamiando algarroba; en Punta del Agua lo hallaron en un fandango de “pata en quincha”. Y después de todo esto, que está bien lejos de ser todo, se puede afirmar con seguridad que Buenaventura Luna conoce como pocos el campo argentino.

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