El Pensamiento de Buenaventura Luna

Eusebio de Jesús Dojorti, popularmente conocido como Buenaventura Luna, fue un destacado folklorista sanjuanino nacido en 1906 en Huaco y fallecido en 1955 en la ciudad de Buenos Aires. Pese a que éste es su perfil más conocido, su trayectoria pública tuvo muchas otras facetas: fue militante político, periodista, escritor costumbrista; creador, director y productor artístico de grupos de música nativa; libretista y animador de sus propios programas radiales; poeta, músico, letrista y recitador. En cada una de estas áreas puede rastrearse una rabiosa piedad política por el semejante, por el hombre y la mujer humildes del país argentino, por la Justicia Social. Este blog intentará dar cuenta de la originalidad y la riqueza que Dojorti/Luna desarrolló en su infatigable laborar en el ámbito de la Cultura Popular: una reflexión que puede enmarcarse dentro del Pensamiento Nacional pero también, y a la vez, un pensamiento propio. Un Pensamiento Dojortiano.

lunes, 16 de mayo de 2022

Mama Luna


(Foto de Antonio Santos en la localidad El Médano, San Juan, previa al eclipse de anoche)

 

MAMA LUNA

Buenaventura Luna

 

Tu destino es como el mío,

Mama Luna, por lo incierto:

un reflejo de laguna,

plena luz en un desierto.

 

Me voy pareciendo al año

primitivo de tu cuna:

y estoy maldito de daño,

media luna, media luna.

 

Soy tu luz en el sendero

celeste de lo infinito…

Yo te anuncio sin un grito,

soy el lucero, soy el lucero.

 

De oriente vienes naciendo,

tu nombre es antiguo y raro

y yo te miro, sabiendo

que lo mejor es ser claro.

 

Si lo mejor es ser claro

en la dicha y en la pena,

yo evoco tu nombre raro

esta noche, luna llena.

 

Y si te vas a morir

como todo lo que vive,

no te quedes a mentir

en el fondo de mi aljibe.

 

Vete a morir en lo triste

donde muere todo grito,

Mama Luna, tú que diste

la razón de lo infinito.

 

Yo te sigo por viajera

y porque quiero entender

si una mujer en la espera

es un querer, un querer.

 

Si te caes, Mama Luna,

alguno habrá de decir

que te alzaste de tu cuna

solo a parir, solo a parir.

 

Hablen del sol los mayores

poetas del tiempo eterno.

Yo adoro tus resplandores,

Mama Luna, yo soy tierno.

 

Mama Luna, yo tenía

un dolor que agradecerte:

el vivir en agonía

y la pena de quererte.

 

Mama Luna, por lo que eres

yo bendigo tu pasado

y entre todas las mujeres

tu pasión y tu pecado.

 

Si eres así, Mama Luna,

qué puedo hacer por salvarte,

si alguna noche, si alguna,

pudieras luna, quedarte.

 

Si alguna noche pudieras

quedarte firme en el cielo

tú vieras, luna, tú vieras

cómo es de grande mi anhelo.

 

Tú vieras en noche oscura

alumbrada por tu clara

la fecunda preñadura

de mujer que yo preñara.

 

Tú vieras, nocturna luna

y aunque antes nadie lo dijo,

una blancura de cuna:

       blancura porque es de mi hijo. 

viernes, 13 de mayo de 2022

Por el derecho al delirio


 

(Este es un texto de los que Luna llamaba “escrito de una sentada”).

 

Desde ayer a la mañana me solivianta una suerte de síndrome de abstinencia. El motivo es que "antier" nos juntamos con los amigos y compañeros José Casas, Cristian Mallea y Hugo Fernandez Panconi, y fue uno de esos encuentros bendecidos donde todo fluye: la charla, las ideas, las miradas sobre una realidad que no nos gusta porque es fiera y lo achata todo, y la fraternidad en las ganas de que no sigan creciendo poetas, músicos y pintores que no saben que lo son. Saldrá con este nombre u otro pero al menos escribiremos, como dice Casas, "Una historia del agua y de la sed". Un crónica nuestra y para nosotros.

 

Carlos Semorile.

martes, 10 de mayo de 2022

Dos intervenciones jachalleras de José Casas



Por Carlos Semorile
   
    Hace muchísimos años, en lo que visto desde hoy parece otra vida (y lo era), daba gusto ir a la Feria del Libro que se desarrollaba en el predio de la entonces municipalidad porteña en la Av. Figueroa Alcorta. Luego, “bisnes” mediante, la Feria comenzó a desarrollarse en las casi 5 hectáreas que la Sociedad Rural Argentina ocupa ilegalmente y mantiene bajo cautiverio mediático/judicial, y todo lo que se ganó en gigantismo se perdió en la escala humana del vínculo lector/libros.

 

El tan mentado regreso a la presencialidad tras el período pandémico (aunque los casos en la Capital se duplican de una semana a la siguiente), se realiza bajo el atronador estruendo que sale de cada stand en una competencia sonora en la que nadie gana y todos pierden. En ese contexto, el amigo y compañero José Casas presentó el domingo su último libro de poemas –“Lunas y territorios”-, y lo hizo repechando a lo jachallero: dejando el alma y la voz en la lectura de dos de sus poesías.  

 

Ayer lunes, en el cierre del Día de San Juan, el marco era el solemne salón José Hernández, ubicado en el recoleto pabellón rojo donde se parapetan las corporaciones comunicacionales que hacen y deshacen. Primero se presentó el “Diccionario de la Lengua de la Región de Cuyo y La Rioja” del que no pudimos enterarnos gran cosa debido a que el primer disertante, un encumbrado miembro de la Academia Argentina de Letras, se dedicó a catequizarnos como si fuésemos alumnitos.

 

Después fue el turno del libro póstumo de Reina Domínguez, “Romanza de lo vivido”, y aquí José supo saltarse todos los preámbulos y los agradecimientos caretas, para revindicar el gesto que su amiga tuvo para con él cuando fue primero secuestrado y luego preso por la Dictadura genocida, y Reina le escribió el poema “Incomunicado”, cuya única copia Casas conservó como testimonio de la dignidad de la poesía y de la vida frente a los canallas productores de la muerte y el olvido.

 

Inclusive supo doblegar su pudor y contó cómo sus torturadores se burlaban de un poema suyo que le habían rapiñado y que profetizaba que “el cielo se atronó de pájaros negros”. Los verdugos que se reían porque “esto no es poesía” son los que hoy cumplen condenas por delitos de lesa humanidad. Y el supliciado, el entonces militante comunista José Casas, fue quien anoche habló desde la fraternidad para contar la deuda de compañerismo que tiene con Reina Domínguez.

 

Finalizado el acto comenzó el “selfismo”, ese mal de los tiempos que corren y al que son tan afectos los funcionarios de un país que tiene a la mitad de su gente viviendo de las sobras: ¿de verdad creen que a alguien le importa que ellos se promocionen al lado de quienes sí se animan a seguir pensando en términos de patria y humanidad?

 

Y como ambas palabras son inescindibles, nos parece que es preciso terminar esta crónica con el poema que abre “Lunas y territorios” y que, estamos seguros, va a perdurar entre lo mejor de la poesía jachallera:

 

LOS JACHALLEROS

 

Aquí nosotros. Así nosotros. Entre estas cosas que vivimos

y que nos tienen ocupados y preocupados en el mundo.

Porque se trata de los oficios y los menesteres del pueblo.

De las ocupaciones y preocupaciones de cada día.

Porque en el suceder de las cosas y los hechos de la vida,

están nuestros rencores y nuestras ternuras,

nuestros sufrimientos y alegrías de hombres y de mujeres

en la urdimbre misma de los rituales,

las creencias, la ciencia que la gente desarrolla.

Nuestro destino pareciera ser la pobreza y las despedidas.

Toda la suerte se aleja de nosotros, pero regresa.

No existimos en ninguna lluvia y sin embargo la amamos.

Porque es cierto. Cuando hablamos de nosotros

se trata en realidad del fuego y de su muerte.

Se trata del viento y de sus ventisqueros.

Se trata de las casas y los ranchos, del agua, de la cebolla,

de los derrames en el río, de los cantos, la poesía, las fiestas que celebramos.

Se trata entonces de la vida de cada uno, de la vida compartida

entre cielo y tierra, entre todos nosotros.

Nosotros apenas estos pequeños, inmensos seres humanos.

Se trata de todos, del amor y de los enamorados,

del dolor y de los dolientes, de Jáchal y los jachalleroos,

se trata de nuestros santos y nuestros diablos,

de esta tierra, de nuestra historia y nuestros pesares.

Se trata de las señales que da la tierra.

De todas las conversaciones, de todas las sangres.

Del mundo que caminamos. Yo entre todos los nosotros.

Hemos nacido entre las montañas, entre el viento y la lluvia.

Somos de aquí. No podemos ser de todas partes.

Porque de tanto andar no vamos a ninguna parte-

Porque ser de todas partes es ser de ninguna.

Mientras llueve, llueve sin cesar sobre mi territorio.

 

jueves, 5 de mayo de 2022

“Cantar es conversar con música”


 Por Carlos Semorile

Con esta nota comenzamos una serie de rescates de cómo aparece Eusebio Dojorti/Buenaventura Luna en los libros o artículos de quienes fueron sus amigos, o en los ensayos de distintos investigadores.

 

El extracto que ahora compartimos se encuentra en el libro Nosotros, los sanjuaninos, del historiador Rogelio Díaz Costa, editado póstumamente en el año 1972. Así lo retrataba su amigo y compañero:

 

“Había llegado al imperio cosmopolita, no solitario de tiempo y de amigos; llegaron ambiciosos de cubrir un sector ignorante de rincones de la patria, asomada en laderas de belleza inenarrable, de sonido de valles perdidos en la grandeza indómita del Ande.

 

Lindo grupo aquel de cuyanos, de casi todas las zonas. Mendoza, La Cordillera, San Juan, Huaco, Jáchal… llegaron detrás de un fin de premeditadas ambiciones, antes que de utópicas visiones. Las huellas señeras estaban marcada: (Acosta Villafañe, Tapia, Orellana, Salinas, Ocampo-Flores, Peralta-Dávila). Habían alargado hasta la Corrientes angosta taconada de arrabal milonguero, el adusto paisaje de asombro de los valles cuyanos, sujetos a las cuerdas simbolizadas de poesía jachallera, de armonía tupungatina, de esencia huaqueña, de sol sanjuanino.

 

A “él” lo conocí en el ya desaparecido “Tupí-Nambá”, frente al Congreso; un estaño largo pintado de color verdoso pálido que se confundía en rituales de semillón. Ahí estaba de pie, semi inclinado y absorto en el tema íntimo de filosofía sentenciosa: Juan Sarcione, Florencio Molina Campos, Sara Zemann, René Ruiz, Hilario Cuadros; heterogénea pléyade de que se ha ido desgranando en el rosario hereje de la ausencia postrera.

 

Varios encuentros más y aquel apretón de manos inicial se convirtió en obligado y mudo alzar del vaso ambarino de recuerdos y estimulantes de oratoria. “¿Sabés lo que es cantar?”, me insinuó una noche y la respuesta no se me borró jamás. “Cantar es conversar con música”.”

 

Tomamos hasta aquí el relato del periodista sanjuanino que, sin mencionarlos en ningún momento por sus nombres, primero habla de los integrantes de La Tropilla de Huachi-Pampa y luego de su creador, Buenaventura Luna, hasta concluir con esa definición extraordinaria: “Cantar es conversar con música”.

 

lunes, 2 de mayo de 2022

“Pueblo soy…”


 Por Carlos Semorile

Casi al inicio mismo de “Olga y Eusebio, papeles resguardados al rescoldo del amor”, dijimos que no podíamos brindar un rescate total de los escritos Dojorti/Luna, pero que aún así contábamos con algunos materiales que valían como valiosa síntesis de su pensamiento. Este que hoy compartimos es uno de ellos, y lo transcribimos tal como aparece en aquel libro que editamos en el año 2006:

 

“Una multitud de papeles reclaman nuestra atención y todos piden ser el elegido que tenga la responsabilidad de abrir un camino de lecturas que nos lleve hasta el último de los escritos rescatados en esta empresa que ahora emprendemos. Todos o, mejor dicho, casi todos son de Luna-Dojorti -algunos más Luna, otros más Dojorti-, pero éste que finalmente escogemos nos parece que tiene la virtud de hablar de los dos. Se trata de un fragmento inconcluso de una intervención radial; escuchemos a...:

 

Luna - Esta noche es difícil para mí...: me tengo que mandar la parte..., como dicen los buenos dialécticos de ahora. Es decir, tengo que hablar un poco de mi mismo. Y tengo que hablar un poco de mi mismo, porque son muchos los que me preguntan que de dónde saco yo tanta sentencia, proverbio, refrán, copla, décima, retruécano, cantar o dicharacho como los que van pasando por estos programas.

Si yo fuera Chésterton, respondería como su “Padre Brown”: “Para contestar a pregunta semejante..., no tengo más remedio que escribir un libro...”. Pero yo no soy Chésterton ni el Padre Brown..., ni tengo ganas de escribir un libro.

Y respondo sencillamente: me apelativo Buenaventura Luna porque soy pueblo. PUEBLO, en la más intensa y noble extensión de la palabra. No me caso con nadie, aunque me salgan novias, porque ni sueños me engañan ni me tientan ambiciones.

   (Pero es menester que antes explique por qué soy PUEBLO).

   PUEBLO SOY, primero, por infinito, insobornable amor al semejante; y, después, porque he sufrido la experiencia de casi todos los oficios: he sido, elementalmente, un fugitivo...: muchacho ladrón de frutas verdes en los huertos de mis mayores..., peoncito de hachas en el monte de fajinas y de azadón y pala en los predios labradíos de mi padre..., cabaierito cordator de adoboes -como dicen los chilenos-, arriero de tropillas en Móquina, tropero de carguíos en la Punta del Agua, Capataz de fincas en Niquivil y Capataz de Carros en la travesía de Jáchal, aprendiz de foguista sobre los rieles de Laguna Paiva, aprendiz de mecánico en el Arsenal de Guerra de la Nación, Maestro de Fragua en los talleres de un inventor de filtros y alambiques en la parroquia de Desamparados..., periodista a ratos..., revolucionario a mi modo..., peón labrador de cebollas en las Chimbas, a las órdenes de un gallego ilustre que siempre recordaré con cariño..., vendedor de relojes (que daban la hora cuando Dios quería)..., mal estudiante, sacha-guitarrero y compositor de algunas canciones, porque pienso -como Gardel- que el componer canciones es el más elevado y noble oficio del hombre...

Desde luego, he pasado por todos estos oficios como un fugitivo y sin hacerme un sinvergüenza, sin duda porque siempre me cautivó la rebeldía de aquel cantor de la milonga:

                                         “Este mundo es de mortales...,

                                      y por más que nos amemos,

                                      mientras en él nos hallemos,

                                      ninguna otra Ley espere:

                                      “Vivimos de lo que muere...,

                                      porque si no... no comemos...”

 

                                         “Y no veo la razón

                                      del orgullo en que insistimos:

                                      sin nuestro arbitrio vinimos...,

                                      y tengo por cosa fuerte,

                                      que vivamos de la muerte...,

                                      en el mundo que vivimos”.

   Nunca he podido llegar ni a empleado público ni siquiera a oficinista de empresa particular. Pero lo mismo duermo a pata suelta...

Y, desde luego, amigos, hubiera hecho gracia a Uds. de mi biografía, si no fuera que ella se remata con mi alegría de no ser nada. Ni siquiera un escéptico, un incrédulo aburrido. Sencillamente, PUEBLO: campesino y buen cristiano, aunque esté bien lejos de desdeñar el sentido de la advertencia milenaria de Confucio, según la cual “quien no ama el canto, la mujer y el vino, es un loco ignorante de la vida”.

Me gustan las mujeres bonitas que alegran nuestras horas y nos absuelven de la pena ordinaria de vivir, los hombres mansos y valientes porque son leales amigos, y los caballos ligeros. Los caballos ligeros me gustan porque me fascina el espectáculo soberbio de su carrera y porque nunca se me va de la memoria un antiguo proverbio africano que aprendí de los morenos de Monserrat: “Que el hombre sincero compre un caballo, y huya cuando haya dicho la  verdad”.

Toda esta razón de mis oficios fugitivos explica, amigos, varias cosas, a saber: que mi amigo José Rocha, Director de Radio Colón, me propuso decirlas por su cuenta. Y yo le rogué que no las dijera, porque quería decirlas yo mismo, sin vanidades ni falsas modestias que no me logran ni me alcanzan.

                                         “Que el alma debo tener

                                      hecha de ancestros gitanos...;

Que voy por la vida sin amarguras y sin reclamarle a nadie sueldos atrasados..., como un paradójico navegante solitario de tierras mediterráneas...,

                                         “Que el alma debo tener

                                      hecha de ancestros gitanos...;

                                      que a mí me gusta beber

                                      en el hueco de las manos...”

...que yo no soy más que pueblo -carne sufridora de la de abajo- y que todo lo que digo (copla y refrán, décima o retruécano) sólo es del pueblo: dolor de su dolor, picardía de su inocencia y canto de su eterno canto.

Por eso, podría muy bien valerme de la sexteta inmortal del Viejo Fierro..., y decir con él:

                                      “Yo nunca tuve otra escuela

                                      que una vida desdichada.

                                      No estrañen si en la jugada

                                      alguna vez me equivoco,

                                      pues debe saber muy poco

                                      aquel que no aprendió nada”.

Pero -y aunque las tengamos en mucho- no necesitamos de muletas los sanjuaninos. Y todavía viven, aunque ya viejos y sin vihuela, arrieros y pastores que a mí me enseñaron cosas tales…”.