El Pensamiento de Buenaventura Luna

Eusebio de Jesús Dojorti, popularmente conocido como Buenaventura Luna, fue un destacado folklorista sanjuanino nacido en 1906 en Huaco y fallecido en 1955 en la ciudad de Buenos Aires. Pese a que éste es su perfil más conocido, su trayectoria pública tuvo muchas otras facetas: fue militante político, periodista, escritor costumbrista; creador, director y productor artístico de grupos de música nativa; libretista y animador de sus propios programas radiales; poeta, músico, letrista y recitador. En cada una de estas áreas puede rastrearse una rabiosa piedad política por el semejante, por el hombre y la mujer humildes del país argentino, por la Justicia Social. Este blog intentará dar cuenta de la originalidad y la riqueza que Dojorti/Luna desarrolló en su infatigable laborar en el ámbito de la Cultura Popular: una reflexión que puede enmarcarse dentro del Pensamiento Nacional pero también, y a la vez, un pensamiento propio. Un Pensamiento Dojortiano.

jueves, 1 de agosto de 2019

Guayama y “la tristeza de no poder nombrar a quien se ama”


Por Carlos Semorile

En su audición “Años y Leguas”, Buenaventura Luna trazaba una semblanza de quienes lideraron las luchas de los pueblos de los valles andinos: “Caído Quiroga en Barranca Yaco, le sucede ‘El Chacho’ Peñaloza en el acaudillamiento de la menguante montonera. Estas mismas luchas acreditan el sentido gregario y colectivista del tipo de la montaña, a diferencia de los valientes reales o legendarios de la llanura (…) En el Oeste, no hay héroe popular sin pueblo detrás suyo. En mayor o menor cuantía, lo mismo representan la natural tendencia lugareña al acto solidario y colectivo, los nombres de Quiroga y Peñaloza, que los no menos imponentes de los Varela, ‘El Guayama’ o ‘La Chapanay’”.

El escritor sanjuanino Juan Carlos Muñoz recrea la etapa final del legendario José de los Santos Guayama y lo rescata de entre “un laberinto de sombras” en desbandada, mientras la Nación Argentina levantaba sus muros sobre cimientos reforzados con los huesos del exterminio aborigen”, y de tantos otros gauchos, criollos y mestizos que no tenían cabida en el esquema “civilizatorio” de los vencedores.

En lo que va de diciembre de 1878 a febrero de 1879, la novela refleja un angustiante compás de espera que tiene grandes semejanzas con el desierto que circunda –y acecha- al caserío donde se enjuicia al rebelde. Allí, el representante del poder teme la posible revuelta de un “enemigo (que) venera dioses que sólo claman venganza”, aunque por momentos se perciba a sí mismo como “el verdugo de este pueblo”, el “guardián de este templo en ruinas”.

Un miembro encumbrado de la clase propietaria, un hombre letrado que desprecia “la malograda memoria de los rebeldes que nada sabían de literatura”. Un funcionario oscilante entre la euforia y el desasosiego, un dignatario demasiado pendiente de la opinión de sus pares, temeroso del variable estado de ánimo de los “vecinos” y del juicio de la Historia: “Nadie tiene porqué saber que mi voz tiembla y que no siempre se puede salir ileso de los actos de gobierno”.

Del otro lado, el reo Guayama espera y recapitula los episodios de su vida nómade, de guerrero sin treguas, de perseguido perpetuo: “Hay quienes coincidirán conmigo; otros no. Sus razones tendrán, y yo tengo las mías”. No tiene esperanzas de ser alcanzado por ninguna clase de clemencia; tan sólo lo sostiene “el silencio, la astucia y la fuerza” de los resistentes y oprimidos, y el recuerdo de la bella Amanda Ocampo: “En todo caso, lo mejor será mantener la boca cerrada, aunque sé que nada se parece más a la tristeza que no poder nombrar a quien se ama –dijo con el ánimo de escuchar el nombre de su amada y su voz”.

Desde luego, hay mucho más en “Guayama, el rebelde que murió seis veces”, la novela de Juan Carlos Muñoz que se presentará el próximo miércoles 7 de agosto en la Casa de San Juan, con la presencia de su autor y del historiador Hugo Chumbita. Vale la pena leerla porque, todavía hoy, hay quienes validan que haya “leyes que se escriben con la punta de la espada”. Otros seguimos pensando, junto con José de los Santos Guayama, que “La humillación sólo engendra violencia”.