El Pensamiento de Buenaventura Luna

Eusebio de Jesús Dojorti, popularmente conocido como Buenaventura Luna, fue un destacado folklorista sanjuanino nacido en 1906 en Huaco y fallecido en 1955 en la ciudad de Buenos Aires. Pese a que éste es su perfil más conocido, su trayectoria pública tuvo muchas otras facetas: fue militante político, periodista, escritor costumbrista; creador, director y productor artístico de grupos de música nativa; libretista y animador de sus propios programas radiales; poeta, músico, letrista y recitador. En cada una de estas áreas puede rastrearse una rabiosa piedad política por el semejante, por el hombre y la mujer humildes del país argentino, por la Justicia Social. Este blog intentará dar cuenta de la originalidad y la riqueza que Dojorti/Luna desarrolló en su infatigable laborar en el ámbito de la Cultura Popular: una reflexión que puede enmarcarse dentro del Pensamiento Nacional pero también, y a la vez, un pensamiento propio. Un Pensamiento Dojortiano.

lunes, 1 de marzo de 2021

Una casa para el trabajo de una vida


 Por Carlos Semorile

La propuesta de hacer un Museo que albergue la obra de Eusebio Dojorti/Buenaventura Luna sería un acto reparatorio para la obra de un hombre que es popularmente reconocido como un alto poeta y como un autor fundamental dentro del folklore argentino, pero que además elaboró un pensamiento propio desde un lugar subalterno dentro del firmamento de las letras consagradas, y dejó textos que son parte de la resistencia cultural de los pueblos que aspiran a su emancipación.

 

 Como señalamos a lo largo de nuestros trabajos de recopilación, esa elaboración singularísima -y diáfana en su lenguaje destinado a conmover el corazón de la vida popular argentina- tiene muchísimos puntos de contacto con los análisis de Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, José María Rosa, Ramón Doll, José Luis Torres, Arturo Sampay, José Gabriel, Enrique Santos Discépolo, Leopoldo Marechal, Juan José Hernández Arregui y John William Cooke.

 

Esta afinidad –que puede rastrearse en la coherencia de sus adhesiones sucesivas al radicalismo bloquista primero, y más tarde al peronismo- lo sitúan dentro del fecundo cauce del Pensamiento Nacional y de todos sus intentos por reflexionar sobre la situación semi colonial de un país cuyas clases dirigentes –y buena parte de sus “intelectuales de aldea”, como los llamaba Dojorti/Luna- se sometían de modo dócil a patrones culturales importados de allende los mares.

 

Aún lo hacen, y por eso la vigencia de una herencia que cuestiona las “verdades instaladas” por el pensamiento único dominante, y que nos permite –como hicieron aquellos hombres y como hizo el propio Dojorti- traducir de manera crítica todos los mandatos que nos condenan a la fragmentación, el abatimiento y la desdicha. Ese legado advierte contra el autodesagrado elevado a la categoría de falsa identidad, y sobre los efectos de la dispersión de nuestras fuerzas materiales y espirituales.

 

Este es el destino que queremos evitar para los papeles de Eusebio Dojorti, conservados por manos fraternas o familiares, y que –como en el caso de su compañera Olga Maestre y sus hijos- los preservaron bajo las más duras condiciones de hostigamiento, persecución y crimen. La riqueza espiritual de su pensamiento, y la material concreta de su obra, merecen hallarse reunidas en la tierra sobre la que -hace ya más de cien años -comenzó a forjarse su reflexión soberana y soberanista.

 

La tierra que cobijó al prisionero John Dougherty –quien se afincó en un país que nacía a su vida independiente- y donde sus descendientes pudieron tener lo que él no tenía en Irlanda: tierra, pan, y libertad civil y religiosa. Son los valores por los que peleó Dojorti, y son como un hogar para muchos compatriotas. Devolvámosle, pues, su propia casa.

 

lunes, 8 de febrero de 2021

Buenaventura Luna traductor

Por Carlos Semorile

 

“El verso siempre recuerda que fue un arte oral antes de ser un arte escrito, recuerda que fue un canto”. Jorge Luis Borges.

 

¿Qué tradujo Buenaventura Luna? Pongamos un ejemplo: como sus antepasados irlandeses, Dojorti se ocupó de traducir los nombres de la toponimia regional, comenzando por los de Huaco y Jáchal, originarios de los pueblos capayanes y yacampis de la nación diaguita que hacia 1608 fueron desplazados por los españoles -en el mismo momento en que el jefe del clan Dougherty caía combatiendo a los británicos para impedir la Plantación del Ulster con colonos ingleses y escoceses-.

 ¿Qué otra cosa tradujo Dojorti? Tradujo la biblioteca de su padre cuando dijo que muy posiblemente la verdad de la historia está más en las cruces de los llanos, que en los borrones de los libros”. Para llegar a traducir de este modo, había prestado su oído a dos tradiciones en pugna: la de su abuelo que anduvo en armas parando montoneras”, y la de los labriegos y arrieros de los fogones, que mantuvieron viva y palpitante la memoria los caudillos montoneros que pasaron por Huaco.

 Años más tarde, reivindicaba “mi frotamiento personal con los arrieros, labriegos y pastores de mi tierra, analfabetos, sí, a los cuales siempre tuve por cultos en despecho de modales que a los cultistas podían parecerles rústicos o bárbaros”. Como puede verse, otra traducción que deviene de la resignificación de los códigos establecidos. 

 En esa línea, llegó a reformular el conocido dilema sarmientino entre civilización y barbarie, y lo hizo de un modo que lo sitúa como un traductor avezado: “Una forma de civilización puede derrumbarse y se derrumba; pero la cultura no. A la larga el hombre siente la necesidad de buscarse en lo nacional, en sus cantares y en sus coplas”.

 Desde esta comprensión, tradujo su atenta escucha del habla popular y la plasmó en cuentos, poemas y canciones. El país discutió con beligerancia el problema del “idioma nacional de los argentinos”, y Buenaventura participó desde un lugar subalterno en ese debate en torno a una lengua nacional emancipada: sostuvo que el idioma del paisano es el soporte de una sabiduría popular que no debe oírse como “ruido”, sino escucharse como discurso soberano.

 Mientras fue traduciendo, y sin dejar de hacerlo en ningún momento, llegó a estar en plena posesión de sus capacidades retóricas, ya fueran las de la palabra escrita, hablada o cantada. Al igual que sus ancestros irlandeses, Dojorti creía en el poder de la palabra: “yo estoy con los que creen que el de la palabra es el arte supremo (…) Si no fuera por la palabra (…) el hombre no hubiera experimentado jamás la necesidad de pensar. Ella no sólo lo ha liberado sino que lo ha elevado por sobre el instinto, aproximándolo a la noción milagrosa (…) a la sublime idea salvadora de la existencia de Dios”.

 Y porque nunca olvidó que la palabra fue primero un arte oral, e inclusive antes fue canto, mejoró mucho de lo que se ha escrito al respecto y lo tradujo en estos versos sublimes:

 

“Yo tengo de la palabra

sentido claro y diverso.

A veces se me hace canto

porque la entiendo a la vida

como una canción perdida

en medio del Universo.”