El Pensamiento de Buenaventura Luna

Eusebio de Jesús Dojorti, popularmente conocido como Buenaventura Luna, fue un destacado folklorista sanjuanino nacido en 1906 en Huaco y fallecido en 1955 en la ciudad de Buenos Aires. Pese a que éste es su perfil más conocido, su trayectoria pública tuvo muchas otras facetas: fue militante político, periodista, escritor costumbrista; creador, director y productor artístico de grupos de música nativa; libretista y animador de sus propios programas radiales; poeta, músico, letrista y recitador. En cada una de estas áreas puede rastrearse una rabiosa piedad política por el semejante, por el hombre y la mujer humildes del país argentino, por la Justicia Social. Este blog intentará dar cuenta de la originalidad y la riqueza que Dojorti/Luna desarrolló en su infatigable laborar en el ámbito de la Cultura Popular: una reflexión que puede enmarcarse dentro del Pensamiento Nacional pero también, y a la vez, un pensamiento propio. Un Pensamiento Dojortiano.

sábado, 27 de agosto de 2022

Zamba Triste - Gabo Miranda (Bolivia)

“¿Cómo voy a perdonar a mis lectores… si ya les he publicado todo?”

Por Carlos Semorile

 

Seguimos publicando fragmentos de los libros dedicados a Buenaventura Luna, con la idea de ver de qué modo fue considerado por algunos de sus contemporáneos. En este caso, la semblanza la tomamos de la primera biografía que las profesoras jachalleras Mercedes Gallardo Valdez y Elba Peluso de Grossi editaron en 1962, “Buenaventura Luna, mensaje de tierra adentro”. Nos interesa destacar lo que aquí dice Dojorti respecto de que su obra fue siendo publicada con mi firma o sin ella… con seudónimos diversos, en diarios y revistas”, e inclusive agrega “por radio, en fin”, de modo que habría que admitir que él consideraba que el fugaz tiempo de la radio era una manera de dar a conocer su pensamiento -no menos importante que las otras-, y que admite haber utilizado diversos seudónimos y no sólo el de Luna:   

 

“En una oportunidad un periodista lo entrevistó, y quizás con intencionada y noble actitud, le recordó que el poeta sanjuanino Antonio de la Torre había vaticinado en el Ateneo Lafinur de San Luis la inminencia de una gran novela regional, producida por un hombre joven, al que le asignaba verdadero talento de escritor; se refería a Buenaventura Luna. Y éste le respondió:

 

De la Torre es poeta, es un fuerte poeta… Pero me sobreestima porque es mi amigo y me quiere. Y agregó cachaciento: De la Torre no quiere creer que yo no tengo escrita ninguna novela costumbrista ni libro de ninguna laya. Y suele insistir en decirme que publique un volumen siquiera, porque se resiste a pensar que yo solamente escribo, cuando de una u otra manera se me ha creado la ineludible obligación de hacerlo. Quiero decir que todo lo que tengo escrito ya se ha publicado de un modo u otro, con mi firma o sin ella… con seudónimos diversos, en diarios y revistas, por radio, en fin. Y como disculpándose siguió: Siendo ello así, como lo es, bien pudiera yo parodiar a Rodrigo de Narváez. Ustedes tal vez no recuerden que cuando al fin se moría, de serena muerte, aquel glorioso guerrero de Isabel la Católica a quien apelativaron ‘El Bueno’, al preguntarle su confesor -como es de ritual- si perdonaba a sus enemigos, Rodrigo de Narváez se incorporó en el lecho de agonía y, a su vez, le preguntó cándidamente al confesor: ¿Cómo voy a perdonar a mis enemigos… si los he matado a todos?

 

Y con humildad e ironía agregó aún: ¿Cómo voy a perdonar a mis lectores… si ya les he publicado todo?”.


viernes, 29 de julio de 2022

De Eusebio Dojorti a Juan Pablo Maestre

(Foto: Valentina Parajó para Perfil)

Por Carlos Semorile

    Hoy 29 de julio, fecha del fallecimiento de Eusebio Dojorti/Buenaventura Luna en 1955, se inaugura en el Museo Nacional de Bellas Artes la muestra Identificaciones del pintor argentino Ernesto Deira (1928-1986), una serie de 7 obras cuya intención “era trazar una crónica sobre algunos de los acontecimientos más violentos sucedidos en el mundo desde los años 60: la pobreza en el Tercer Mundo, los procesos de descolonización, la invasión estadounidense a Vietnam y, en el caso de la Argentina, los primeros actos represivos que inauguraron la década del 70”.

 

Uno de los cuadros que pintó Deira está basado en la tapa de la revista “Así” del 22 de julio de 1971, en cuya portada apareció la imagen del cuerpo supliciado de Juan Pablo Maestre (hijo de Dojorti y de Olga Maestre), quien había sido secuestrado días atrás junto con su compañera y esposa Mirta Misetich, quien continúa desaparecida.

 

La serie "Identificaciones" -inusual en la obra de Ernesto Deira- fue exhibida en Buenos Aires a fines de 1971, y casi enseguida viajó a Chile, de donde pudo ser rescatada por su familia recién este año y luego de mucho batallar.

 

El cuadro inspirado en la imagen del cadáver de Juan Pablo Maestre es el que puede verse en la página del MNBA, y se completa con una versión de la "Lamentación sobre Cristo muerto" del italiano Andrea Mantegna (un pintor del Quattrocento), obra que para muchos tiene una asombrosa semejanza con la del cadáver del Che Guevara expuesto en la lavandería de Valle Grande.

 

Sea como fuere, el hecho es que los cuadros de Deira -y, entre ellos, la obra sobre Juan Pablo y el Cristo muerto- estuvieron en Chile al mismo tiempo que los Maestre nos exiliamos en el país hermano debido a la persecución de la dictadura de Lanusse.

 

Y que un 29 de julio vuelve a unir los nombres de Eusebio Dojorti y de su hijo Juan Pablo Maestre, del mismo modo en que ya están enlazados su pasión por la Palabra, su capacidad para convertirla en poesía y en canción, su rabiosa piedad política, y sus derroteros en las luchas sociales del pueblo al que pertenecían y siempre dentro del movimiento nacional y popular de las grandes mayorías argentinas.

  

https://www.bellasartes.gob.ar/exhibiciones/se-exhiben-en-el-bellas-artes-las-obras-de-ernesto-deira-restituidas-desde-chile/

martes, 14 de junio de 2022

“Entre un milagro y un misterio”


    Así reflexiona uno de los personajes de “Metabolismos”, el libro de cuentos de Hugo Fernández Panconi, y aquí lo tomamos como síntesis de su capacidad para hacernos partícipes de ese vaivén entre el milagro de vivir y el misterio que nos espera al final del viaje. No es la metafísica el asunto de estos relatos, aunque por allí se cuele un sueño donde Dios intenta suicidarse: es, más bien, la muy terrena experiencia de quien aprendió a caminar “con el horizonte como guía y destino”.

 

Alguien que fue y vino muchas veces en “su eterno retorno interior”, y en ese trajinar alcanzó una mirada que es capaz de evocar las virtudes y los defectos de sus paisanos de Villa Atuel -y de otros que se cruzó en distintas latitudes-, sin ensalzarlos ni condenarlos. No desconoce que “el dolor se reparte ágil, con su especial capacidad de ahondar el daño”, pero sabe que debemos ganarnos el tiempo que nos toca y comprender que “la tristeza y el dolor producen a veces efectos tan bellos”

 

Hay historias duras sobre quienes han recibido demasiados repasos sobre el lomo acerca de haber nacido para “recibir y aguantarse”, pero también está presente “esa astuta estrategia de la paciencia ‘esperante’” que enseña que no hay derrotas definitivas y que la solidaridad corrige lo que el egoísmo desbarata. Porque la “gente de plata” es “gente como cualquiera”, y ni siquiera ellos pueden evitar que uno escuche el “mejor latin jazz-rock fusión de la tierra de don Félix Dardo Palorma”.

 

Son las bendiciones de una tierra que sigue ejerciendo el influjo de un pasado que brindó felicidad a raudales –“El pueblo y todo alrededor, era como un patio de juegos para los pibes”-, y que hoy se debate entre un presente sin perspectivas y una nostalgia bien anclada en “la diferencia” entre el progreso aparente y lo que no debiera perderse. Y aquí es donde Panconi percibió que “Los sonidos, sin alcanzar a ser un discurso musical, se suceden como el agua que busca su cauce”.

 

Si se escucha de esta manera es porque la mirada ha conquistado una meditada piedad que aquí se nos ofrece aún bajo los relatos más extremos, y por eso como lectores sentimos que también nosotros somos los que hacemos el pan y, cuando lo sacamos del horno, un “sentir pleno” nos abraza. Porque Panconi tiene, como pedía Favio, la estética a la derecha y la gente a la izquierda, entibiando los corazones.

 

Por Carlos Semorile.

lunes, 16 de mayo de 2022

Mama Luna


(Foto de Antonio Santos en la localidad El Médano, San Juan, previa al eclipse de anoche)

 

MAMA LUNA

Buenaventura Luna

 

Tu destino es como el mío,

Mama Luna, por lo incierto:

un reflejo de laguna,

plena luz en un desierto.

 

Me voy pareciendo al año

primitivo de tu cuna:

y estoy maldito de daño,

media luna, media luna.

 

Soy tu luz en el sendero

celeste de lo infinito…

Yo te anuncio sin un grito,

soy el lucero, soy el lucero.

 

De oriente vienes naciendo,

tu nombre es antiguo y raro

y yo te miro, sabiendo

que lo mejor es ser claro.

 

Si lo mejor es ser claro

en la dicha y en la pena,

yo evoco tu nombre raro

esta noche, luna llena.

 

Y si te vas a morir

como todo lo que vive,

no te quedes a mentir

en el fondo de mi aljibe.

 

Vete a morir en lo triste

donde muere todo grito,

Mama Luna, tú que diste

la razón de lo infinito.

 

Yo te sigo por viajera

y porque quiero entender

si una mujer en la espera

es un querer, un querer.

 

Si te caes, Mama Luna,

alguno habrá de decir

que te alzaste de tu cuna

solo a parir, solo a parir.

 

Hablen del sol los mayores

poetas del tiempo eterno.

Yo adoro tus resplandores,

Mama Luna, yo soy tierno.

 

Mama Luna, yo tenía

un dolor que agradecerte:

el vivir en agonía

y la pena de quererte.

 

Mama Luna, por lo que eres

yo bendigo tu pasado

y entre todas las mujeres

tu pasión y tu pecado.

 

Si eres así, Mama Luna,

qué puedo hacer por salvarte,

si alguna noche, si alguna,

pudieras luna, quedarte.

 

Si alguna noche pudieras

quedarte firme en el cielo

tú vieras, luna, tú vieras

cómo es de grande mi anhelo.

 

Tú vieras en noche oscura

alumbrada por tu clara

la fecunda preñadura

de mujer que yo preñara.

 

Tú vieras, nocturna luna

y aunque antes nadie lo dijo,

una blancura de cuna:

       blancura porque es de mi hijo. 

viernes, 13 de mayo de 2022

Por el derecho al delirio


 

(Este es un texto de los que Luna llamaba “escrito de una sentada”).

 

Desde ayer a la mañana me solivianta una suerte de síndrome de abstinencia. El motivo es que "antier" nos juntamos con los amigos y compañeros José Casas, Cristian Mallea y Hugo Fernandez Panconi, y fue uno de esos encuentros bendecidos donde todo fluye: la charla, las ideas, las miradas sobre una realidad que no nos gusta porque es fiera y lo achata todo, y la fraternidad en las ganas de que no sigan creciendo poetas, músicos y pintores que no saben que lo son. Saldrá con este nombre u otro pero al menos escribiremos, como dice Casas, "Una historia del agua y de la sed". Un crónica nuestra y para nosotros.

 

Carlos Semorile.

martes, 10 de mayo de 2022

Dos intervenciones jachalleras de José Casas



Por Carlos Semorile
   
    Hace muchísimos años, en lo que visto desde hoy parece otra vida (y lo era), daba gusto ir a la Feria del Libro que se desarrollaba en el predio de la entonces municipalidad porteña en la Av. Figueroa Alcorta. Luego, “bisnes” mediante, la Feria comenzó a desarrollarse en las casi 5 hectáreas que la Sociedad Rural Argentina ocupa ilegalmente y mantiene bajo cautiverio mediático/judicial, y todo lo que se ganó en gigantismo se perdió en la escala humana del vínculo lector/libros.

 

El tan mentado regreso a la presencialidad tras el período pandémico (aunque los casos en la Capital se duplican de una semana a la siguiente), se realiza bajo el atronador estruendo que sale de cada stand en una competencia sonora en la que nadie gana y todos pierden. En ese contexto, el amigo y compañero José Casas presentó el domingo su último libro de poemas –“Lunas y territorios”-, y lo hizo repechando a lo jachallero: dejando el alma y la voz en la lectura de dos de sus poesías.  

 

Ayer lunes, en el cierre del Día de San Juan, el marco era el solemne salón José Hernández, ubicado en el recoleto pabellón rojo donde se parapetan las corporaciones comunicacionales que hacen y deshacen. Primero se presentó el “Diccionario de la Lengua de la Región de Cuyo y La Rioja” del que no pudimos enterarnos gran cosa debido a que el primer disertante, un encumbrado miembro de la Academia Argentina de Letras, se dedicó a catequizarnos como si fuésemos alumnitos.

 

Después fue el turno del libro póstumo de Reina Domínguez, “Romanza de lo vivido”, y aquí José supo saltarse todos los preámbulos y los agradecimientos caretas, para revindicar el gesto que su amiga tuvo para con él cuando fue primero secuestrado y luego preso por la Dictadura genocida, y Reina le escribió el poema “Incomunicado”, cuya única copia Casas conservó como testimonio de la dignidad de la poesía y de la vida frente a los canallas productores de la muerte y el olvido.

 

Inclusive supo doblegar su pudor y contó cómo sus torturadores se burlaban de un poema suyo que le habían rapiñado y que profetizaba que “el cielo se atronó de pájaros negros”. Los verdugos que se reían porque “esto no es poesía” son los que hoy cumplen condenas por delitos de lesa humanidad. Y el supliciado, el entonces militante comunista José Casas, fue quien anoche habló desde la fraternidad para contar la deuda de compañerismo que tiene con Reina Domínguez.

 

Finalizado el acto comenzó el “selfismo”, ese mal de los tiempos que corren y al que son tan afectos los funcionarios de un país que tiene a la mitad de su gente viviendo de las sobras: ¿de verdad creen que a alguien le importa que ellos se promocionen al lado de quienes sí se animan a seguir pensando en términos de patria y humanidad?

 

Y como ambas palabras son inescindibles, nos parece que es preciso terminar esta crónica con el poema que abre “Lunas y territorios” y que, estamos seguros, va a perdurar entre lo mejor de la poesía jachallera:

 

LOS JACHALLEROS

 

Aquí nosotros. Así nosotros. Entre estas cosas que vivimos

y que nos tienen ocupados y preocupados en el mundo.

Porque se trata de los oficios y los menesteres del pueblo.

De las ocupaciones y preocupaciones de cada día.

Porque en el suceder de las cosas y los hechos de la vida,

están nuestros rencores y nuestras ternuras,

nuestros sufrimientos y alegrías de hombres y de mujeres

en la urdimbre misma de los rituales,

las creencias, la ciencia que la gente desarrolla.

Nuestro destino pareciera ser la pobreza y las despedidas.

Toda la suerte se aleja de nosotros, pero regresa.

No existimos en ninguna lluvia y sin embargo la amamos.

Porque es cierto. Cuando hablamos de nosotros

se trata en realidad del fuego y de su muerte.

Se trata del viento y de sus ventisqueros.

Se trata de las casas y los ranchos, del agua, de la cebolla,

de los derrames en el río, de los cantos, la poesía, las fiestas que celebramos.

Se trata entonces de la vida de cada uno, de la vida compartida

entre cielo y tierra, entre todos nosotros.

Nosotros apenas estos pequeños, inmensos seres humanos.

Se trata de todos, del amor y de los enamorados,

del dolor y de los dolientes, de Jáchal y los jachalleroos,

se trata de nuestros santos y nuestros diablos,

de esta tierra, de nuestra historia y nuestros pesares.

Se trata de las señales que da la tierra.

De todas las conversaciones, de todas las sangres.

Del mundo que caminamos. Yo entre todos los nosotros.

Hemos nacido entre las montañas, entre el viento y la lluvia.

Somos de aquí. No podemos ser de todas partes.

Porque de tanto andar no vamos a ninguna parte-

Porque ser de todas partes es ser de ninguna.

Mientras llueve, llueve sin cesar sobre mi territorio.

 

jueves, 5 de mayo de 2022

“Cantar es conversar con música”


 Por Carlos Semorile

Con esta nota comenzamos una serie de rescates de cómo aparece Eusebio Dojorti/Buenaventura Luna en los libros o artículos de quienes fueron sus amigos, o en los ensayos de distintos investigadores.

 

El extracto que ahora compartimos se encuentra en el libro Nosotros, los sanjuaninos, del historiador Rogelio Díaz Costa, editado póstumamente en el año 1972. Así lo retrataba su amigo y compañero:

 

“Había llegado al imperio cosmopolita, no solitario de tiempo y de amigos; llegaron ambiciosos de cubrir un sector ignorante de rincones de la patria, asomada en laderas de belleza inenarrable, de sonido de valles perdidos en la grandeza indómita del Ande.

 

Lindo grupo aquel de cuyanos, de casi todas las zonas. Mendoza, La Cordillera, San Juan, Huaco, Jáchal… llegaron detrás de un fin de premeditadas ambiciones, antes que de utópicas visiones. Las huellas señeras estaban marcada: (Acosta Villafañe, Tapia, Orellana, Salinas, Ocampo-Flores, Peralta-Dávila). Habían alargado hasta la Corrientes angosta taconada de arrabal milonguero, el adusto paisaje de asombro de los valles cuyanos, sujetos a las cuerdas simbolizadas de poesía jachallera, de armonía tupungatina, de esencia huaqueña, de sol sanjuanino.

 

A “él” lo conocí en el ya desaparecido “Tupí-Nambá”, frente al Congreso; un estaño largo pintado de color verdoso pálido que se confundía en rituales de semillón. Ahí estaba de pie, semi inclinado y absorto en el tema íntimo de filosofía sentenciosa: Juan Sarcione, Florencio Molina Campos, Sara Zemann, René Ruiz, Hilario Cuadros; heterogénea pléyade de que se ha ido desgranando en el rosario hereje de la ausencia postrera.

 

Varios encuentros más y aquel apretón de manos inicial se convirtió en obligado y mudo alzar del vaso ambarino de recuerdos y estimulantes de oratoria. “¿Sabés lo que es cantar?”, me insinuó una noche y la respuesta no se me borró jamás. “Cantar es conversar con música”.”

 

Tomamos hasta aquí el relato del periodista sanjuanino que, sin mencionarlos en ningún momento por sus nombres, primero habla de los integrantes de La Tropilla de Huachi-Pampa y luego de su creador, Buenaventura Luna, hasta concluir con esa definición extraordinaria: “Cantar es conversar con música”.

 

lunes, 2 de mayo de 2022

“Pueblo soy…”


 Por Carlos Semorile

Casi al inicio mismo de “Olga y Eusebio, papeles resguardados al rescoldo del amor”, dijimos que no podíamos brindar un rescate total de los escritos Dojorti/Luna, pero que aún así contábamos con algunos materiales que valían como valiosa síntesis de su pensamiento. Este que hoy compartimos es uno de ellos, y lo transcribimos tal como aparece en aquel libro que editamos en el año 2006:

 

“Una multitud de papeles reclaman nuestra atención y todos piden ser el elegido que tenga la responsabilidad de abrir un camino de lecturas que nos lleve hasta el último de los escritos rescatados en esta empresa que ahora emprendemos. Todos o, mejor dicho, casi todos son de Luna-Dojorti -algunos más Luna, otros más Dojorti-, pero éste que finalmente escogemos nos parece que tiene la virtud de hablar de los dos. Se trata de un fragmento inconcluso de una intervención radial; escuchemos a...:

 

Luna - Esta noche es difícil para mí...: me tengo que mandar la parte..., como dicen los buenos dialécticos de ahora. Es decir, tengo que hablar un poco de mi mismo. Y tengo que hablar un poco de mi mismo, porque son muchos los que me preguntan que de dónde saco yo tanta sentencia, proverbio, refrán, copla, décima, retruécano, cantar o dicharacho como los que van pasando por estos programas.

Si yo fuera Chésterton, respondería como su “Padre Brown”: “Para contestar a pregunta semejante..., no tengo más remedio que escribir un libro...”. Pero yo no soy Chésterton ni el Padre Brown..., ni tengo ganas de escribir un libro.

Y respondo sencillamente: me apelativo Buenaventura Luna porque soy pueblo. PUEBLO, en la más intensa y noble extensión de la palabra. No me caso con nadie, aunque me salgan novias, porque ni sueños me engañan ni me tientan ambiciones.

   (Pero es menester que antes explique por qué soy PUEBLO).

   PUEBLO SOY, primero, por infinito, insobornable amor al semejante; y, después, porque he sufrido la experiencia de casi todos los oficios: he sido, elementalmente, un fugitivo...: muchacho ladrón de frutas verdes en los huertos de mis mayores..., peoncito de hachas en el monte de fajinas y de azadón y pala en los predios labradíos de mi padre..., cabaierito cordator de adoboes -como dicen los chilenos-, arriero de tropillas en Móquina, tropero de carguíos en la Punta del Agua, Capataz de fincas en Niquivil y Capataz de Carros en la travesía de Jáchal, aprendiz de foguista sobre los rieles de Laguna Paiva, aprendiz de mecánico en el Arsenal de Guerra de la Nación, Maestro de Fragua en los talleres de un inventor de filtros y alambiques en la parroquia de Desamparados..., periodista a ratos..., revolucionario a mi modo..., peón labrador de cebollas en las Chimbas, a las órdenes de un gallego ilustre que siempre recordaré con cariño..., vendedor de relojes (que daban la hora cuando Dios quería)..., mal estudiante, sacha-guitarrero y compositor de algunas canciones, porque pienso -como Gardel- que el componer canciones es el más elevado y noble oficio del hombre...

Desde luego, he pasado por todos estos oficios como un fugitivo y sin hacerme un sinvergüenza, sin duda porque siempre me cautivó la rebeldía de aquel cantor de la milonga:

                                         “Este mundo es de mortales...,

                                      y por más que nos amemos,

                                      mientras en él nos hallemos,

                                      ninguna otra Ley espere:

                                      “Vivimos de lo que muere...,

                                      porque si no... no comemos...”

 

                                         “Y no veo la razón

                                      del orgullo en que insistimos:

                                      sin nuestro arbitrio vinimos...,

                                      y tengo por cosa fuerte,

                                      que vivamos de la muerte...,

                                      en el mundo que vivimos”.

   Nunca he podido llegar ni a empleado público ni siquiera a oficinista de empresa particular. Pero lo mismo duermo a pata suelta...

Y, desde luego, amigos, hubiera hecho gracia a Uds. de mi biografía, si no fuera que ella se remata con mi alegría de no ser nada. Ni siquiera un escéptico, un incrédulo aburrido. Sencillamente, PUEBLO: campesino y buen cristiano, aunque esté bien lejos de desdeñar el sentido de la advertencia milenaria de Confucio, según la cual “quien no ama el canto, la mujer y el vino, es un loco ignorante de la vida”.

Me gustan las mujeres bonitas que alegran nuestras horas y nos absuelven de la pena ordinaria de vivir, los hombres mansos y valientes porque son leales amigos, y los caballos ligeros. Los caballos ligeros me gustan porque me fascina el espectáculo soberbio de su carrera y porque nunca se me va de la memoria un antiguo proverbio africano que aprendí de los morenos de Monserrat: “Que el hombre sincero compre un caballo, y huya cuando haya dicho la  verdad”.

Toda esta razón de mis oficios fugitivos explica, amigos, varias cosas, a saber: que mi amigo José Rocha, Director de Radio Colón, me propuso decirlas por su cuenta. Y yo le rogué que no las dijera, porque quería decirlas yo mismo, sin vanidades ni falsas modestias que no me logran ni me alcanzan.

                                         “Que el alma debo tener

                                      hecha de ancestros gitanos...;

Que voy por la vida sin amarguras y sin reclamarle a nadie sueldos atrasados..., como un paradójico navegante solitario de tierras mediterráneas...,

                                         “Que el alma debo tener

                                      hecha de ancestros gitanos...;

                                      que a mí me gusta beber

                                      en el hueco de las manos...”

...que yo no soy más que pueblo -carne sufridora de la de abajo- y que todo lo que digo (copla y refrán, décima o retruécano) sólo es del pueblo: dolor de su dolor, picardía de su inocencia y canto de su eterno canto.

Por eso, podría muy bien valerme de la sexteta inmortal del Viejo Fierro..., y decir con él:

                                      “Yo nunca tuve otra escuela

                                      que una vida desdichada.

                                      No estrañen si en la jugada

                                      alguna vez me equivoco,

                                      pues debe saber muy poco

                                      aquel que no aprendió nada”.

Pero -y aunque las tengamos en mucho- no necesitamos de muletas los sanjuaninos. Y todavía viven, aunque ya viejos y sin vihuela, arrieros y pastores que a mí me enseñaron cosas tales…”.

martes, 12 de abril de 2022

Una apretada síntesis



Por Carlos Semorile

   Desde el Centro Cultural Jáchal- La Montaña se vienen promoviendo varias iniciativas respecto de la preservación del legado de Buenaventura Luna, en especial la relativa al futuro Museo que albergue sus escritos, y asimismo ha surgido la necesidad de restaurar la tumba de Eusebio Dojorti. En línea con estas propuestas, la Dirección de Patrimonio Cultural de San Juan sugirió utilizar allí la técnica “QR”, o código de respuesta rápida, para quienes visiten el cementerio de Huaco. Como nieto y recopilador de la obra de Dojorti/Luna elaboré este texto que, lo diremos en criollo, no quiere ser una respuesta al voleo, sino apenas una apretada síntesis.

 

 

Eusebio de Jesús Dojorti – Buenaventura Luna

Huaco, 19 de enero de 1906 – Buenos Aires, 29 de julio de 1955

 

Eusebio Dojorti nació en el seno de una familia acomodada, dueña del Viejo Molino y de vastas extensiones de tierras, un porvenir con el que acaso soñó John Dougherty, el prisionero irlandés de las Invasiones Inglesas de 1806 que decidió forjarse un destino suramericano. En un boceto de su poema “Mis agüelos”, escribió su tataranieto:

 

“Mentaba el un mi agüelo feroces alegrías

de audacias marineras -el ala al estribor-

(… ) Yo vine a ser arriero, viniendo de los mares

tirado en una vela de aquellas irlandesas”.   

 

Se crió en el campo donde conoció de primera mano los padecimientos de los desheredados, y escuchó y atesoró los modos del habla popular, y entendió que la vida del pobrerío no aparece en la historia oficial sino que está inscripta “en las cruces de los llanos”. Siendo muy joven recorrió de punta a punta el país argentino, y asumió su índole trashumante: “Tal vez porque nacieron, como yo, campesinos, mis hermanos se aferran a sus predios trigueros (…) Yo emigré de la tierra y elegí los caminos”.

 

Antes de que su nombre trascendiera desde el periodismo y la política, trabajó en lo que pudo: Pueblo soy, primero, por infinito, insobornable amor al semejante; y, después, porque he sufrido la experiencia de casi todos los oficios”. Se sumó a las luchas por cambiar los ejes del debate político y cultural de su provincia y luego de la nación porque entendía que “el pueblo criollo de la república (…) viene siendo víctima” de un sistema jurídico “que legisló rara vez sin proponérselo, para aniquilarlo. Para aniquilarlo, sí. Porque de 1853 arranca (…) la invasión económica extranjera del país”.

 

Aunque se alejó de la política partidaria, siempre ejerció la militancia cultural: Lo que vas a escuchar ahora es el resultado de mi frotamiento personal con los arrieros, labriegos y pastores de mi tierra, analfabetos, sí, a los cuales siempre tuve por cultos en despecho de modales que a los cultistas podían parecerles rústicos o bárbaros”. Comprendió que la cultura representaba un reclamo de futuro, y por ello llegó a reformular el conocido dilema entre civilización y barbarie: “Una forma de civilización puede derrumbarse y se derrumba; pero la cultura no. A la larga el hombre siente la necesidad de buscarse en lo nacional, en sus cantares y en sus coplas”.

 

Cimentó su pensamiento sobre una matriz cultural mestiza, alejada tanto de un indigenismo purista como de un españolismo de cuño conservador. Buenaventura Luna cultivó el “lenguaje sencillo y emocional” de las canciones, y logró que las audiencias gozaran de “la palabra embellecida por la inflexión humana del sentimiento en el misterio del aire” porque siempre creyó que “el de la palabra es el arte supremo”:

 

“Yo tengo de la palabra

sentido claro y diverso.

A veces se me hace canto

porque la entiendo a la vida

como una canción perdida

en medio del Universo”.              

 

Quiero volver - Claudio Agrelo