El Pensamiento de Buenaventura Luna

Eusebio de Jesús Dojorti, popularmente conocido como Buenaventura Luna, fue un destacado folklorista sanjuanino nacido en 1906 en Huaco y fallecido en 1955 en la ciudad de Buenos Aires. Pese a que éste es su perfil más conocido, su trayectoria pública tuvo muchas otras facetas: fue militante político, periodista, escritor costumbrista; creador, director y productor artístico de grupos de música nativa; libretista y animador de sus propios programas radiales; poeta, músico, letrista y recitador. En cada una de estas áreas puede rastrearse una rabiosa piedad política por el semejante, por el hombre y la mujer humildes del país argentino, por la Justicia Social. Este blog intentará dar cuenta de la originalidad y la riqueza que Dojorti/Luna desarrolló en su infatigable laborar en el ámbito de la Cultura Popular: una reflexión que puede enmarcarse dentro del Pensamiento Nacional pero también, y a la vez, un pensamiento propio. Un Pensamiento Dojortiano.

lunes, 2 de mayo de 2022

“Pueblo soy…”


 Por Carlos Semorile

Casi al inicio mismo de “Olga y Eusebio, papeles resguardados al rescoldo del amor”, dijimos que no podíamos brindar un rescate total de los escritos Dojorti/Luna, pero que aún así contábamos con algunos materiales que valían como valiosa síntesis de su pensamiento. Este que hoy compartimos es uno de ellos, y lo transcribimos tal como aparece en aquel libro que editamos en el año 2006:

 

“Una multitud de papeles reclaman nuestra atención y todos piden ser el elegido que tenga la responsabilidad de abrir un camino de lecturas que nos lleve hasta el último de los escritos rescatados en esta empresa que ahora emprendemos. Todos o, mejor dicho, casi todos son de Luna-Dojorti -algunos más Luna, otros más Dojorti-, pero éste que finalmente escogemos nos parece que tiene la virtud de hablar de los dos. Se trata de un fragmento inconcluso de una intervención radial; escuchemos a...:

 

Luna - Esta noche es difícil para mí...: me tengo que mandar la parte..., como dicen los buenos dialécticos de ahora. Es decir, tengo que hablar un poco de mi mismo. Y tengo que hablar un poco de mi mismo, porque son muchos los que me preguntan que de dónde saco yo tanta sentencia, proverbio, refrán, copla, décima, retruécano, cantar o dicharacho como los que van pasando por estos programas.

Si yo fuera Chésterton, respondería como su “Padre Brown”: “Para contestar a pregunta semejante..., no tengo más remedio que escribir un libro...”. Pero yo no soy Chésterton ni el Padre Brown..., ni tengo ganas de escribir un libro.

Y respondo sencillamente: me apelativo Buenaventura Luna porque soy pueblo. PUEBLO, en la más intensa y noble extensión de la palabra. No me caso con nadie, aunque me salgan novias, porque ni sueños me engañan ni me tientan ambiciones.

   (Pero es menester que antes explique por qué soy PUEBLO).

   PUEBLO SOY, primero, por infinito, insobornable amor al semejante; y, después, porque he sufrido la experiencia de casi todos los oficios: he sido, elementalmente, un fugitivo...: muchacho ladrón de frutas verdes en los huertos de mis mayores..., peoncito de hachas en el monte de fajinas y de azadón y pala en los predios labradíos de mi padre..., cabaierito cordator de adoboes -como dicen los chilenos-, arriero de tropillas en Móquina, tropero de carguíos en la Punta del Agua, Capataz de fincas en Niquivil y Capataz de Carros en la travesía de Jáchal, aprendiz de foguista sobre los rieles de Laguna Paiva, aprendiz de mecánico en el Arsenal de Guerra de la Nación, Maestro de Fragua en los talleres de un inventor de filtros y alambiques en la parroquia de Desamparados..., periodista a ratos..., revolucionario a mi modo..., peón labrador de cebollas en las Chimbas, a las órdenes de un gallego ilustre que siempre recordaré con cariño..., vendedor de relojes (que daban la hora cuando Dios quería)..., mal estudiante, sacha-guitarrero y compositor de algunas canciones, porque pienso -como Gardel- que el componer canciones es el más elevado y noble oficio del hombre...

Desde luego, he pasado por todos estos oficios como un fugitivo y sin hacerme un sinvergüenza, sin duda porque siempre me cautivó la rebeldía de aquel cantor de la milonga:

                                         “Este mundo es de mortales...,

                                      y por más que nos amemos,

                                      mientras en él nos hallemos,

                                      ninguna otra Ley espere:

                                      “Vivimos de lo que muere...,

                                      porque si no... no comemos...”

 

                                         “Y no veo la razón

                                      del orgullo en que insistimos:

                                      sin nuestro arbitrio vinimos...,

                                      y tengo por cosa fuerte,

                                      que vivamos de la muerte...,

                                      en el mundo que vivimos”.

   Nunca he podido llegar ni a empleado público ni siquiera a oficinista de empresa particular. Pero lo mismo duermo a pata suelta...

Y, desde luego, amigos, hubiera hecho gracia a Uds. de mi biografía, si no fuera que ella se remata con mi alegría de no ser nada. Ni siquiera un escéptico, un incrédulo aburrido. Sencillamente, PUEBLO: campesino y buen cristiano, aunque esté bien lejos de desdeñar el sentido de la advertencia milenaria de Confucio, según la cual “quien no ama el canto, la mujer y el vino, es un loco ignorante de la vida”.

Me gustan las mujeres bonitas que alegran nuestras horas y nos absuelven de la pena ordinaria de vivir, los hombres mansos y valientes porque son leales amigos, y los caballos ligeros. Los caballos ligeros me gustan porque me fascina el espectáculo soberbio de su carrera y porque nunca se me va de la memoria un antiguo proverbio africano que aprendí de los morenos de Monserrat: “Que el hombre sincero compre un caballo, y huya cuando haya dicho la  verdad”.

Toda esta razón de mis oficios fugitivos explica, amigos, varias cosas, a saber: que mi amigo José Rocha, Director de Radio Colón, me propuso decirlas por su cuenta. Y yo le rogué que no las dijera, porque quería decirlas yo mismo, sin vanidades ni falsas modestias que no me logran ni me alcanzan.

                                         “Que el alma debo tener

                                      hecha de ancestros gitanos...;

Que voy por la vida sin amarguras y sin reclamarle a nadie sueldos atrasados..., como un paradójico navegante solitario de tierras mediterráneas...,

                                         “Que el alma debo tener

                                      hecha de ancestros gitanos...;

                                      que a mí me gusta beber

                                      en el hueco de las manos...”

...que yo no soy más que pueblo -carne sufridora de la de abajo- y que todo lo que digo (copla y refrán, décima o retruécano) sólo es del pueblo: dolor de su dolor, picardía de su inocencia y canto de su eterno canto.

Por eso, podría muy bien valerme de la sexteta inmortal del Viejo Fierro..., y decir con él:

                                      “Yo nunca tuve otra escuela

                                      que una vida desdichada.

                                      No estrañen si en la jugada

                                      alguna vez me equivoco,

                                      pues debe saber muy poco

                                      aquel que no aprendió nada”.

Pero -y aunque las tengamos en mucho- no necesitamos de muletas los sanjuaninos. Y todavía viven, aunque ya viejos y sin vihuela, arrieros y pastores que a mí me enseñaron cosas tales…”.

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