El Pensamiento de Buenaventura Luna

Eusebio de Jesús Dojorti, popularmente conocido como Buenaventura Luna, fue un destacado folklorista sanjuanino nacido en 1906 en Huaco y fallecido en 1955 en la ciudad de Buenos Aires. Pese a que éste es su perfil más conocido, su trayectoria pública tuvo muchas otras facetas: fue militante político, periodista, escritor costumbrista; creador, director y productor artístico de grupos de música nativa; libretista y animador de sus propios programas radiales; poeta, músico, letrista y recitador. En cada una de estas áreas puede rastrearse una rabiosa piedad política por el semejante, por el hombre y la mujer humildes del país argentino, por la Justicia Social. Este blog intentará dar cuenta de la originalidad y la riqueza que Dojorti/Luna desarrolló en su infatigable laborar en el ámbito de la Cultura Popular: una reflexión que puede enmarcarse dentro del Pensamiento Nacional pero también, y a la vez, un pensamiento propio. Un Pensamiento Dojortiano.

miércoles, 29 de julio de 2015

Creo en todo



En las líneas que siguen, pueden apreciarse al menos dos aspectos desatendidos en los escritos sobre Eusebio Dojorti. En primer lugar, su recurrente intención de escribir un libro “nacional” que denunciase el vergonzoso papel de los “intelectuales de aldea”, como los llamaba con ironía y desprecio. En segundo término, una confesión tan diáfana como potente que debería hacernos revisar las habituales imágenes que tenemos de un Buenaventura meramente apesadumbrado y nostálgico. Leámoslas, y celebremos que Eusebio haya sido “un hombre singular y extraordinariamente feliz”.

 

No tengo la culpa de escribir este libro. A mí no me dejaron ser un buen cultivador de la tierra.

Es más improbable el entendimiento con un individuo que con un pueblo (Esa es otra de las razones por las cuales escribo este libro).

 

Ninguna página de este libro ha sido escrita para intelectuales. Lo hacemos notar no por eximirnos de responsabilidades ni con ánimo de pedirles disculpas, sino con el propósito de avisarles que son ellos los que deben pedírselas al país, por no saber servirlo en la medida que impone la condición de argentino.

El autor de estas páginas ha sido labriego en el valle de Huaco. Junto a su padre, sembrador de trigo, también hizo las veces de arriero y de pastor.

 

Aunque parezca fantástico o demasiado ingenuo, yo soy un hombre feliz. Feliz porque creo en la bondad de los otros y en la bondad providencial de Dios; en la bondad de las tradiciones; en el buen querer dulce y amargo de mis genitores; en mis hermanos; en el amor de las mujeres hermosas que me dio la vida; y en el afecto bien intencionado de mis amigos.

Yo creo en todo y, tal vez por eso, me tengo por un hombre singular y extraordinariamente feliz.

Con esto quiero decir -lector caritativo o indiferente- que no quise escribir cosas malas en este libro. Si alguna hallares, cúlpame sin miedo, pero no por mal intencionado, sino por falto de conocimiento. Porque yo quería darte en este libro lo mejor de mí; uno que otro resabio bíblico, alguna lírica cosa oriental de donde viene el mundo y el hombre que lo habita desde hace tanto tiempo; alguna referencia a mi amistad inteligente con Jorge Manrique y con Cervantes; alguna íntima familiaridad con el hombre casi inédito de mi tierra nacional.

Fuera de eso, tengo que confesarte que el librito que vas a leer ahora es un resultado de mi frotamiento personal con los arrieros, labriegos y pastores de mi tierra, analfabetos, sí, a los cuales siempre tuve por cultos en despecho de modales que a los cultistas podían parecerles rústicos o bárbaros. 

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