El Pensamiento de Buenaventura Luna

Eusebio de Jesús Dojorti, popularmente conocido como Buenaventura Luna, fue un destacado folklorista sanjuanino nacido en 1906 en Huaco y fallecido en 1955 en la ciudad de Buenos Aires. Pese a que éste es su perfil más conocido, su trayectoria pública tuvo muchas otras facetas: fue militante político, periodista, escritor costumbrista; creador, director y productor artístico de grupos de música nativa; libretista y animador de sus propios programas radiales; poeta, músico, letrista y recitador. En cada una de estas áreas puede rastrearse una rabiosa piedad política por el semejante, por el hombre y la mujer humildes del país argentino, por la Justicia Social. Este blog intentará dar cuenta de la originalidad y la riqueza que Dojorti/Luna desarrolló en su infatigable laborar en el ámbito de la Cultura Popular: una reflexión que puede enmarcarse dentro del Pensamiento Nacional pero también, y a la vez, un pensamiento propio. Un Pensamiento Dojortiano.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

“Cuando usted payaba, Luna, el pueblo cantaba”

Cada viaje a Huaco es como un regreso al calor primordial de los afectos y al impulso vital de las empresas que nos reclaman. Fuimos a Jáchal para el Segundo Encuentro de Cultura Popular, y retornamos urgidos de proyectos compartidos. Uno de ellos, nos llevó a revisar una vez más los papeles de Eusebio Dojorti que Olga Maestre, su compañera, preservara y nos legara. Fue así que nos topamos con este bello escrito de despedida a Buenaventura Luna, dos páginas que no llevan firma, pero de las que, aún a riesgo de equivocarnos, diremos que parecen fluir de la maravillosa pluma de Manuel J. Castilla.

 

Yo hablo, yo le voy a hablar don Buenaventura en nombre de los amigos lejanos, de esos que no lo conocían y que lo querían hondo. En nombre de esos que se lo imaginaban fuerte y recio cuando escuchaban su voz. Porque yo, como ellos, sabía oírlo hablar de la tierra del vino, de los hombres, de la patria, y como ellos comencé a quererlo.

Y bueno. Uno a veces tiene que conocer a los hombres, mano a mano, pecho a pecho, vino a vino. Así nos conocimos hace unos cuantos días… Yo bebía por usted. Yo hablaba por usted entonces, pero sus ojos tenían lengua, don Buenaventura. Mejor dicho eran como una pala: iban cavando.

Ahora usted ya no está conmigo. Ni con Portal, ni con Falú, ni con Vega, ni con González ni con Álvarez, ni con Gasparrino. Usted está solo. Sola su alma. Y su verso también. Y Huaco. Y San Juan y la guitarra. Usted anda con las estrellas de la noche y la noche está llena de estrellas sobre nosotros.

No sé por qué le hablo, Luna.

Uno a veces quiere de golpe a los hombres y les habla. Les va diciendo las palabras que ha cortado la muerte.

Es como si le hablara de lejos, don Buenaventura. Como si fuera un verso suyo el que le nombra. Yo sé que usted era amigo. Y de los leales. Tal vez más amigo que uno. Usted brindaba su amistad como un vaso de vino y de canciones. Y uno se lo tomaba entero, se lo tragaba todo y usted se nos iba vino adentro.

Yo sé que estas cosas no le hubiera gustado oírlas, por modesto. Pero ahora yo sé que las oye desde la noche lujosa de astros donde se halla.

Y sé también que arriba, entre las estrellas, anda vagando lleno de polvaredas sanjuaninas en medio de la noche. Porque la noche, Luna, era de usted. Le pertenecía con la hondura conque siempre pertenece al amor.

Cuando usted payaba, Luna, el pueblo cantaba.

Déjeme decirle estas cosas. Usted se ha ido cantando y no cualquiera se va así. Usted ha cumplido el destino más hermoso del hombre: cantar hasta la muerte. ¿Se acuerda de esta copla?

Voy a cantar una copla

por si acaso muera yo,

porque nosotros los hombres

hoy somos, mañana no.

Ni que la hubiera escrito usted.

Yo podría hablar de otras cosas, ahora. Decir, por ejemplo, que usted era un hombre honesto, un hombre bueno. Prefiero decir esto que es fundamental para el corazón: usted era un hombre que cantaba. Yo sé que Martín Fierro me oye. Yo sé que, en este mismo instante en que lo dejamos más solo que nunca, me oyen todos los guitarreros del país. Yo sé que ahora, ya mismo, las guitarras se hacen de llanto, los bombos se golpean el pecho y los cantores cantan para su alma.

Porque arriba, también, los ángeles cantan.   

Su amistad me llegó como una mano abierta. Así se abrió su mano cuando se despedía. Hay cosas que duelen don Buenaventura, y duelen hondo. Que la muerte le haya ido estirando la voz hasta cortarla. La palabra con que usted vivía y para la cual vivía.

Su voz ya no estará más entre nosotros. Es ya solo un recuerdo, un río arenoso y musical que nos corre por la memoria. Pero quedan sus versos. Sus décimas llenas de fogones, de gauchos, de arrieros. Por ellas vamos a volver a andar don Buenaventura, como por un largo camino.

Será como si nos estuviésemos yendo por su corazón, hasta los campos del cielo.

Bueno don Luna. Basta de llanto. Usted nos ha dejado. Nosotros lo seguiremos luego. Arriba, el cielo donde ya habita, esta noche estará lleno de guitarras con remolinos sanjuaninos. 

El vino será una estrella de sangre sobre todos nosotros.

Don Buenaventura, hasta siempre.


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