El Pensamiento de Buenaventura Luna

Eusebio de Jesús Dojorti, popularmente conocido como Buenaventura Luna, fue un destacado folklorista sanjuanino nacido en 1906 en Huaco y fallecido en 1955 en la ciudad de Buenos Aires. Pese a que éste es su perfil más conocido, su trayectoria pública tuvo muchas otras facetas: fue militante político, periodista, escritor costumbrista; creador, director y productor artístico de grupos de música nativa; libretista y animador de sus propios programas radiales; poeta, músico, letrista y recitador. En cada una de estas áreas puede rastrearse una rabiosa piedad política por el semejante, por el hombre y la mujer humildes del país argentino, por la Justicia Social. Este blog intentará dar cuenta de la originalidad y la riqueza que Dojorti/Luna desarrolló en su infatigable laborar en el ámbito de la Cultura Popular: una reflexión que puede enmarcarse dentro del Pensamiento Nacional pero también, y a la vez, un pensamiento propio. Un Pensamiento Dojortiano.

domingo, 8 de agosto de 2010

"El Canto Perdido"

Por Carlos Semorile

 

Hace hoy 61 años, el 8 de agosto de 1949, en la nueva sede de Radio Belgrano comenzaba a irradiarse El Canto Perdido, un programa que al decir de su creador se proponía llevar “al micrófono, no el canto de los profesionales de la música o de los letristas más o menos en boga, sino  “el canto perdido” en las tradiciones populares argentinas”


Para concretar esta empresa, Buenaventura Luna seleccionó y preparó durante un año y medio a los catorce integrantes de Los Manseros del Tulum: Fernando Portal (arreglador de las voces), Mario Arnedo Gallo, Nicolás Venancio Lamadrid, Oscar Valles, José Mariscal, Hilario Pueyo, Alfredo Molina, Ángel Barraza, Guillermo Ruiz, Mario Rizzo, Alfredo Rado, Alfredo Correa, Edmundo Heredia y Guillermo Gándara. Sobre ellos, decía Luna:

 

Ninguno de los Manseros del Tulum ha actuado antes de ahora en la radiotelefonía. Su canto es inocente y auténticamente campesino. Entre ellos figuran hombres de Tucumán, Salta, Santiago del Estero, La Rioja, San Juan, la Provincia de Buenos Aires y la Gobernación de La Pampa. Esta circunstancia, unida a la invariable sensibilidad de “El Canto Perdido”, ha hecho posible este trabajo de enlazamiento espiritual de las distintas regiones de tierra adentro, con y desde la Capital Federal. Es un trabajo de verdadera conciliación en la totalidad de lo argentino, destinado a alcanzar, a medida que avance el tiempo, proyecciones vastas y perdurables.

 

Pero, como explicaba el propio Buenaventura, se trataba de “un proyecto más amplio”:

 

Realizar durante el año 1950 un ciclo de tres o cuatro meses de audiciones desde Radio Belgrano o El Mundo, con sus respectivas cadenas de emisoras. Estos programas serían realizados por Buenaventura Luna con sus Manseros del Tulum y darían lugar a seguir acopiando materiales de la tradición popular de tierra adentro, al par que servirían de adecuada preparación para llevar “El Canto Perdido” a todas las provincias y territorios. Por lo menos, a aquellos donde existen emisoras subsidiarias de la cadena o de la estación central utilizada. Desde aquellas emisoras del interior se transmitirían programas (cuyo número variaría de acuerdo a la importancia comercial de la zona) de carácter regional y animados por elementos locales que previamente habrían sido seleccionados y reunidos por las diversas emisoras. Dichos programas serán concebidos de acuerdo a la historia, geografía, tradiciones populares y costumbrismo locales en cada caso; y una cuidadosa selección de ellos sería transmitida, semanal o quincenalmente a la estación central, para que ésta, a su vez, la retransmita por toda la cadena al resto del país.

 

Todas estas palabras de Dojorti nos eximen de mayores comentarios: se trataba de invertir el flujo habitual de las comunicaciones entre el centro y las periferias y así poder mostrar lo propio a un país fragmentado que se desconocía. La idea misma de pensar en una suerte de “antología bárbara”, la intención de glosar “canciones tradicionales argentinas” que ya en esos años la radio (el medio masivo por excelencia de aquel entonces) no se ocupaba de difundir ni rescatar, habla por sí misma de una mirada visionaria y pionera.

 

  Son, en suma, planteos vigentes que forman parte del debate sobre las implicancias y responsabilidades de contar con una literatura musical propia, la misma que es amenazada por la globalización uniforme y huera de los oídos. Buenaventura Luna asistió al inicio de este proceso de empobrecimiento y, por ello mismo, al escribir El Canto Perdido -y al dirigir a  Los Manseros del Tulum- entendía que continuaba la obra de un rescate colectivo y plural. Y que situar al “canto perdido” en el marco de nuestras “tradiciones populares”, era velar por un legado del que, sin falsas modestias ni atropelladas vanidades, podemos y debemos sentirnos orgullosos.